HAMBRE, MUCHA HAMBRE
ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez
A lo mejor le parece que son pocos. 925 millones de personas pasarán hambre en 2010. No tendrán comida. Serán alimento de moscas. Se morirán pronto, retorcidos, sucios, anónimos, condenados.
La FAO nos regala la buena noticia. El número de hambrientos se reduce en el mundo. Ya podemos respirar más aliviados. Ya podemos volver a mirar la tele y ese hermoso telediario que vomita noticias coloreadas.
El año pasado en la Tierra había más de mil millones de tíos y tías pasando hambre. Ahora son cien millones menos. Podemos ponerles nombre y apellidos. Aunque la FAO asegura que la cifra de hambrientos sigue siendo inaceptable, también es verdad que muchos políticos analizarán con asombrosa sobriedad los datos. Sonreirán ante los fotógrafos para decir que pasito a pasito se está resolviendo un grave problema. ¿Usted lo cree?
Cada seis segundos un niño deja de vivir por causa del hambre y la malnutrición. Ese niño, claro, jamás jugó. No conoció la risa, la caricia. Se llevó al cerrar los ojos el mordisco de la mosca. En sus manos anidó la permanente pena, el rocoso dolor, la sangrante vaciedad terrenal.
Los expertos quieren reducir el número de hambrientos a la mitad antes de 2015. Ya se sabe que es un imposible.
Primero están las guerras. Hay que financiarlas. Experimentar con ellas. Primero están los negocios. Primero está el poder por el poder. Primero que todo ese submundo de seres humanos cochambrosos está el fanatismo político.
Los muertos de hambre siempre pueden esperar. Siempre hay instituciones que nos recordarán que están ahí. En un rincón del planeta. En esos maravillosos segundos de privilegio que da la tele. Y nosotros en el asiento, porque no somos culpables. ¿O sí?
ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez
A lo mejor le parece que son pocos. 925 millones de personas pasarán hambre en 2010. No tendrán comida. Serán alimento de moscas. Se morirán pronto, retorcidos, sucios, anónimos, condenados.
La FAO nos regala la buena noticia. El número de hambrientos se reduce en el mundo. Ya podemos respirar más aliviados. Ya podemos volver a mirar la tele y ese hermoso telediario que vomita noticias coloreadas.
El año pasado en la Tierra había más de mil millones de tíos y tías pasando hambre. Ahora son cien millones menos. Podemos ponerles nombre y apellidos. Aunque la FAO asegura que la cifra de hambrientos sigue siendo inaceptable, también es verdad que muchos políticos analizarán con asombrosa sobriedad los datos. Sonreirán ante los fotógrafos para decir que pasito a pasito se está resolviendo un grave problema. ¿Usted lo cree?
Cada seis segundos un niño deja de vivir por causa del hambre y la malnutrición. Ese niño, claro, jamás jugó. No conoció la risa, la caricia. Se llevó al cerrar los ojos el mordisco de la mosca. En sus manos anidó la permanente pena, el rocoso dolor, la sangrante vaciedad terrenal.
Los expertos quieren reducir el número de hambrientos a la mitad antes de 2015. Ya se sabe que es un imposible.
Primero están las guerras. Hay que financiarlas. Experimentar con ellas. Primero están los negocios. Primero está el poder por el poder. Primero que todo ese submundo de seres humanos cochambrosos está el fanatismo político.
Los muertos de hambre siempre pueden esperar. Siempre hay instituciones que nos recordarán que están ahí. En un rincón del planeta. En esos maravillosos segundos de privilegio que da la tele. Y nosotros en el asiento, porque no somos culpables. ¿O sí?
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