ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez
“Irene Némirovsky conoció el mal, es decir el odio y la estupidez, desde la cuna, a través de su madre, belleza frívola a la que la hija recordaba que los seres humanos envejecen y se afean; por eso, la detestó y mantuvo siempre a una distancia profiláctica. El padre era un banquero que viajaba mucho y al que la niña veía rara vez. Nacida en 1903, en Kiev, Irene se volcó en los estudios y llegó a dominar siete idiomas, sobre todo el francés, en el que más tarde escribiría sus libros. Pese a su fortuna, la familia, por ser judía se vio hostigada ya en Rusia en el tiempo de los zares, donde el antisemitismo campeaba. Luego, al triunfar la revolución bolchevique, fue expropiada y debió huir, a Finlandia y Suecia primero y, finalmente, a Francia, donde se instaló en 1920. También allí el antisemitismo hacía de las suyas y, pese a sus múltiples empeños, ni Irene ni su marido, Michel Epstein, banquero como su suegro, pudieron obtener la nacionalidad francesa. Su condición de parias sellaría su ruina durante la ocupación alemana”. Así comienza otra colaboración de Mario Vargas Llosa en El País, publicada el domingo 22 de agosto. ¿Imaginan una historia con esa carga de dramatismo en nuestra televisión?
En Popular Televisión echan una serie mítica. “Fortunata y Jacinta”, novela escrita por Benito Pérez Galdós. Esta obra del autor español me gusta, pero más me gustan otras historias de este maravilloso novelista: “Miau”, “Episodios Nacionales”, “La Fontana de Oro”,”Tristana”, “Marianela”, “Misericordia”, “El Abuelo”.
La serie, fechada en 1980, y que en su momento causó sensación en la audiencia española, forma parte de una etapa brillante y rebosante de calidad en la televisión hecha en este país.
“Cañas y Barro”, “La Barraca”, “El Quijote”, “La Regenta”, “Los Gozos y Las Sombras”. Todas eran brillantes, entretenidas, con unos actores soberbios, con un equipo técnico comprometido con el proyecto, y con una audiencia ávida de buenos productos.
El presente en la televisión es muy diferente. Los curiosos que todavía se apalancan delante del aparato, encuentran en él la podredumbre argumental, la intoxicación política, la carencia tangible de imaginación; en definitiva, un producto sucio, barato, insustancial, cargante y falto de valor moral.
La mediocridad en la televisión española es semejante a la que existe en la sociedad. En la cumbre de la popularidad hallamos a los exponentes de lo zafio, al cretino con lengua afilada, al buscavidas que trepa sin importarle lo que deja atrás, al follador de las intimidades que siempre tienen un precio. Todo eso y mucho más es lo que hoy se fabrica y se consume en la televisión.
Ni quisiera en la imaginación de los guionistas hay espacio para fecundar una historia brillante. Ese tipo de historias están condenadas al fracaso.
Nos queda leer. Benito Pérez Galdós, Mario Vargas Llosa. Dos buenas opciones. Mejor leer que ver esa cochina, escabrosa y plana televisión.
“Irene Némirovsky conoció el mal, es decir el odio y la estupidez, desde la cuna, a través de su madre, belleza frívola a la que la hija recordaba que los seres humanos envejecen y se afean; por eso, la detestó y mantuvo siempre a una distancia profiláctica. El padre era un banquero que viajaba mucho y al que la niña veía rara vez. Nacida en 1903, en Kiev, Irene se volcó en los estudios y llegó a dominar siete idiomas, sobre todo el francés, en el que más tarde escribiría sus libros. Pese a su fortuna, la familia, por ser judía se vio hostigada ya en Rusia en el tiempo de los zares, donde el antisemitismo campeaba. Luego, al triunfar la revolución bolchevique, fue expropiada y debió huir, a Finlandia y Suecia primero y, finalmente, a Francia, donde se instaló en 1920. También allí el antisemitismo hacía de las suyas y, pese a sus múltiples empeños, ni Irene ni su marido, Michel Epstein, banquero como su suegro, pudieron obtener la nacionalidad francesa. Su condición de parias sellaría su ruina durante la ocupación alemana”. Así comienza otra colaboración de Mario Vargas Llosa en El País, publicada el domingo 22 de agosto. ¿Imaginan una historia con esa carga de dramatismo en nuestra televisión?
En Popular Televisión echan una serie mítica. “Fortunata y Jacinta”, novela escrita por Benito Pérez Galdós. Esta obra del autor español me gusta, pero más me gustan otras historias de este maravilloso novelista: “Miau”, “Episodios Nacionales”, “La Fontana de Oro”,”Tristana”, “Marianela”, “Misericordia”, “El Abuelo”.
La serie, fechada en 1980, y que en su momento causó sensación en la audiencia española, forma parte de una etapa brillante y rebosante de calidad en la televisión hecha en este país.
“Cañas y Barro”, “La Barraca”, “El Quijote”, “La Regenta”, “Los Gozos y Las Sombras”. Todas eran brillantes, entretenidas, con unos actores soberbios, con un equipo técnico comprometido con el proyecto, y con una audiencia ávida de buenos productos.
El presente en la televisión es muy diferente. Los curiosos que todavía se apalancan delante del aparato, encuentran en él la podredumbre argumental, la intoxicación política, la carencia tangible de imaginación; en definitiva, un producto sucio, barato, insustancial, cargante y falto de valor moral.
La mediocridad en la televisión española es semejante a la que existe en la sociedad. En la cumbre de la popularidad hallamos a los exponentes de lo zafio, al cretino con lengua afilada, al buscavidas que trepa sin importarle lo que deja atrás, al follador de las intimidades que siempre tienen un precio. Todo eso y mucho más es lo que hoy se fabrica y se consume en la televisión.
Ni quisiera en la imaginación de los guionistas hay espacio para fecundar una historia brillante. Ese tipo de historias están condenadas al fracaso.
Nos queda leer. Benito Pérez Galdós, Mario Vargas Llosa. Dos buenas opciones. Mejor leer que ver esa cochina, escabrosa y plana televisión.
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