¡CÓMO NOS PURIFICAMOS CADA AÑO EN JULIO!
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Siempre al recibir el mes de julio lo hacemos con la misma ilusión, esos días nos condicionan de manera muy singular. Nos llenan de júbilo y a la vez de tristeza por aquellos que no están entre nosotros; y bonanza indiscutible, porque podemos acompañar por las calles de nuestra ciudad, a nuestros Santos Patronos, el Gran Poder de Dios y nuestra señora La Virgen del Carmen, en magnas procesiones como acostumbramos hacerlo.
Previamente, la ciudad manifiestamente engalanada para esa especial oportunidad, remoza su ambiente lúdico y aquel recogimiento religioso que tanto nos recuerda pretéritas vivencias e inolvidables situaciones desde cuando éramos jóvenes y cuántas y tantas inquietudes y fantasías que a la postre conllevaban en sí, las de aquella tierna edad, la gran ilusión que hemos perdido para siempre. Entonces, las fiestas de El Gran Poder de Dios y nuestra venerada Virgen de El Carmen, eran sinónimo de algarabía y en un plano aparte, de increíble devoción religiosa; situación simbiótica que lo aglutina todo. Recogimiento y a la vez expansión… Fechas de anhelados reencuentros, como cada año aconteciera, Nuestras plazas públicas, delicadamente cuidadas, daban cabida a propios y foráneos, ambos juntos y acomodados convenientemente, en las aceras de nuestras calles se citaban para verles pasar… Es cuando uno siente la tremenda emoción que inspira lo divino y reflexivos rogamos con profunda pasión al Viejito, nuestra bella Carmela y el inseparable San Telmo, para calmar nuestras persistentes dudas y pesares, nuestras infidelidades y nuestros inconsolables ruegos por el eterno descanso del alma de los seres queridos fallecidos y nuestros enfermos. Es cuando responde nuestro corazón a la angustia que nos oprime a veces. También es ocasión generosa para agradecer tanto bien recibido, casi siempre inmerecido, aunque jamás negado.
Leemos en las miradas de nuestros semejantes la expresión de la misma sensación de paz que entonces vivimos, porque estar cerca de Ellos da al alma fuerzas indescriptibles que nos van ayudar a mitigar nuestros problemas y pesares tanto rato contenidos hasta volver a verles en Procesión por nuestras calles. Y en el Templo está cada día esperándonos con su expresiva nostalgia a que nos acerquemos y le obsequiemos nuestras sentidas plegarias, nuestras súplicas; y podamos volvernos con la cálida sensación de haber descargado tantos temores, entonces, algunos inconfesables… Pero nada es imposible para Dios, es nuestra fe cristiana quien nos salva, quien va a perdonarnos por más escabroso que nos parezcan nuestros pecados. Con la penitencia y el propósito de la enmienda, así seremos perdonados.
Nunca una luz alumbró tanto como el fulgor de sus miradas. Ni brisa alguna acarició tanto, ni nos hemos sentido mejor que cuando rendimos pleitesía a nuestros Santos Patronos…Ellos nos escuchan y hasta saben dónde nos escondemos cuando nos traicionan nuestras fuerzas y la fe se debilita, cuando creemos que ocultar los pecados cometidos alguna vez vamos a olvidarlos y nadie los sabrá, pero eso es tan falso como dañino, sólo Dios quiere que nos arrepintamos y confesemos nuestro dolor para luego redimirnos en su sagrado corazón
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Siempre al recibir el mes de julio lo hacemos con la misma ilusión, esos días nos condicionan de manera muy singular. Nos llenan de júbilo y a la vez de tristeza por aquellos que no están entre nosotros; y bonanza indiscutible, porque podemos acompañar por las calles de nuestra ciudad, a nuestros Santos Patronos, el Gran Poder de Dios y nuestra señora La Virgen del Carmen, en magnas procesiones como acostumbramos hacerlo.
Previamente, la ciudad manifiestamente engalanada para esa especial oportunidad, remoza su ambiente lúdico y aquel recogimiento religioso que tanto nos recuerda pretéritas vivencias e inolvidables situaciones desde cuando éramos jóvenes y cuántas y tantas inquietudes y fantasías que a la postre conllevaban en sí, las de aquella tierna edad, la gran ilusión que hemos perdido para siempre. Entonces, las fiestas de El Gran Poder de Dios y nuestra venerada Virgen de El Carmen, eran sinónimo de algarabía y en un plano aparte, de increíble devoción religiosa; situación simbiótica que lo aglutina todo. Recogimiento y a la vez expansión… Fechas de anhelados reencuentros, como cada año aconteciera, Nuestras plazas públicas, delicadamente cuidadas, daban cabida a propios y foráneos, ambos juntos y acomodados convenientemente, en las aceras de nuestras calles se citaban para verles pasar… Es cuando uno siente la tremenda emoción que inspira lo divino y reflexivos rogamos con profunda pasión al Viejito, nuestra bella Carmela y el inseparable San Telmo, para calmar nuestras persistentes dudas y pesares, nuestras infidelidades y nuestros inconsolables ruegos por el eterno descanso del alma de los seres queridos fallecidos y nuestros enfermos. Es cuando responde nuestro corazón a la angustia que nos oprime a veces. También es ocasión generosa para agradecer tanto bien recibido, casi siempre inmerecido, aunque jamás negado.
Leemos en las miradas de nuestros semejantes la expresión de la misma sensación de paz que entonces vivimos, porque estar cerca de Ellos da al alma fuerzas indescriptibles que nos van ayudar a mitigar nuestros problemas y pesares tanto rato contenidos hasta volver a verles en Procesión por nuestras calles. Y en el Templo está cada día esperándonos con su expresiva nostalgia a que nos acerquemos y le obsequiemos nuestras sentidas plegarias, nuestras súplicas; y podamos volvernos con la cálida sensación de haber descargado tantos temores, entonces, algunos inconfesables… Pero nada es imposible para Dios, es nuestra fe cristiana quien nos salva, quien va a perdonarnos por más escabroso que nos parezcan nuestros pecados. Con la penitencia y el propósito de la enmienda, así seremos perdonados.
Nunca una luz alumbró tanto como el fulgor de sus miradas. Ni brisa alguna acarició tanto, ni nos hemos sentido mejor que cuando rendimos pleitesía a nuestros Santos Patronos…Ellos nos escuchan y hasta saben dónde nos escondemos cuando nos traicionan nuestras fuerzas y la fe se debilita, cuando creemos que ocultar los pecados cometidos alguna vez vamos a olvidarlos y nadie los sabrá, pero eso es tan falso como dañino, sólo Dios quiere que nos arrepintamos y confesemos nuestro dolor para luego redimirnos en su sagrado corazón
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