miércoles, 28 de abril de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

EL TEIDE ENTRE BRUMAS PARECE QUE DUERME

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Cada mañana, al medio día y en la tarde, todo el tiempo disponible, me quedo mirando a lo lejos, donde está la majestuosa cordillera y la otra montaña, inmensamente bella y generosa. Erguida cual natural escultura de gigantescas proporciones, cuya exuberante prominencia apunta hacia el cielo queriendo alcanzarlo: El Teide, vigía incansable de nuestros destinos, fiel confidente de nuestras desventuras y nuestros sueños. Inamovible en su trono habitual, obsequiándonos sus encantos y deteniendo, cual imponente fortaleza, la furia de los vientos. No digamos igual respecto al tiempo que pasa presuroso sin detenerse en sus escabrosas laderas y sus barrancos escarpados e impresionantes... Desde que amanece hasta que anochece, va cambiando su fisonomía aunque su forma primitiva no se altere. Y según, cuáles fueran los ánimos, en esos momentos de quienes le admiren, se dejan ver en el Teide las huellas delatoras del sujeto afectado. Como un espejo permeable que profanara los umbrales íntimos del espíritu y se reflejaran aflicciones o esperanzas, en la liza superficie de su lumínica e imaginaria pantalla. Nuestras vidas, en continuo movimiento, al verse proyectadas, se detienen por instantes cada vez que le miramos y cuando nos insufla sus influencias venerables. Como si de un mito se tratara para darnos las energías necesarias para seguir girando en torno a la evidencia misma. Nos protege en el presente y cuida de nuestro futuro sentimental inmediato.
A veces, en las tardes tristes y nostálgicas, aún viéndole envuelto por espesas brumas, adivino su reveladora presencia e intuyo que no nos abandona, pese al velo oscuro que le envuelve. Sabemos que está allí, en la hondonada de Ucanca, engalanado por la multicolor retama que surge de entre nubes y lava y el misterioso influjo de nuestro cielo espléndido. En su trono majestuoso, siempre vigilante.
Mi actitud reflexiva frente al Teide y su hermoso entorno, no es sólo un sentimiento ecológico, es también, devoción -lo admito- hacia mi propia identidad, es mi legítimo apego y fehaciente compromiso de amor y respeto natural. No es devoción religiosa, es otra cosa distinta, que también sabe darnos innegable paz cuando nos envuelve en su silencio sorprendente; y un extraño reparo en su sobrecogedora soledad... En cada entresijo de sus distintas sinuosidades se esconde una historia de amor, pensamientos profundos y recuerdos perpetuos que convocan a su evocación sentimental. Desde donde le veamos, según los caminos que tomemos y desde los distintos lugares de la isla, el Teide aparece siempre más bello y atractivo luciendo sus abundantes y diferentes aspectos de exuberante belleza, de impresionantes perfiles paisajísticos, moldeados al antojo de la óptica desde donde se le descubra. Aunque sea el mismo de siempre, cada vez que le volvemos a ver resulta más poético y trascendental. Cada estación climatológica del año se viste diferente e impresiona de todas formas por sus encantos propios.
Nuestra cordillera dorsal, por sus características diferentes, a la par que nuestro padre Teide, puede presumir de sus encantos naturales y su verde vegetación; entre su espesa maleza también se esconden recuerdos de quiméricas veladas de amor. Ocultos están entre las sombras de sus esbeltos pinares, al socaire del sol abrasador. Quedaron para siempre sepultadas las mismas huellas, las de aquella juventud perdida... Veces al subir a la montaña o al Teide, voy como queriendo hallar algún vestigio de entonces. Busco por los ocultos senderos, hoy cubiertos por la abundante maleza, sin suerte alguna. Pero si, me parece oír, a lo lejos, ecos apagados de voces conocidas que se alejan de mí; son como lamentos que se pierden en la inmensidad de las montañas y del tiempo, que nunca he podido alcanzar.
No hay poemas más bellos que aquellos que nuestras cañadas del Teide inspiran al creador e innovador poeta caído en la maraña de la exaltación del lenguaje lírico del amor... Ni hay silencio más profundo que el de su altura, a medida que nos elevamos para alcanzar su mágica cima, donde el aire se confunde con el aliento de los ángeles y el perfume de sus retamas; a veces, sólo cruzado por el vuelo de las aves del privilegiado lugar. Desde su máxima altura, abajo se divisa el espectáculo más seductor concebible, desde su cima es visible todo el archipiélago canario; y hasta su sombra se proyecta, al despuntar el día, sobre La Gomera.
Las noches del Teide son sobrecogedoras, sólo se oyen los latidos de nuestro corazón. Los sueños toman tal dimensión que rondan libres por el paisaje teidífero como fantasmas que juegan delirantes, corriendo entre las quebradas y las pendientes de las lomadas accidentadas... Y se esconden en el retamal, blanco y amarillo, y vuelven sonrientes a cobijarse en nuestra mente, cual dulce prisión del subconsciente. Y las estrellas, tan cercas, son testigos incrédulas de tanta emoción compartida.

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