CENIZAS Y ARENA. DE CULPABLES E INOCENTES
ARTÍCULO DE: Pedro H. Murillo
En el desempeño de la profesión periodística hay temas que te persiguen, que no te dejan dormir y te lanzan escribir. Uno de esos casos es y seguirá siendo el de Piedad. La crudeza, el desamparo y la ineficacia de los mecanismos de protección del menor han puesto de manifiesto la total incapacidad de la administración y la justicia a la hora de asumir errores. En este caso, hay que mojarse, sin embargo Soledad Perera, la madre preadoptiva, se ha quedado sola enfrentándose a una maquinaria administrativa y judicial ciclópea. Todos los periodistas que nos hemos encargado del caso- Teresa Cárnedes, Yosune Nieto, entre otros muchos- hemos visto estupefactos cómo el caso se prolongaba, agónico, durante más de tres años, en una batalla de providencias, autos y recursos de amparo. Conocí a Piedad en 2006 cuando el periódico para el que trabajaba, me envió a cubrir la noticia de una madre de acogida de La Orotava que se negaba a entregar a una menor a su madre biológica. Desde el primer momento fui escéptico; siempre he creído que la justicia debe preservar el derecho de cualquier ciudadano a la rectificación, a poder asimilar los errores del pasado e iniciar una nueva vida. En aquel momento, una decisión judicial determinaba la inmediata vuelta de la menor, por aquel entonces contaba con cinco años de edad, con su madre biológica. Comenzó una guerra fratricida y absurda por la menor obviando numerosos informes realizados por psicólogos, incluso advertencias realizadas por la propia Dirección General del Menor del Gobierno de Canarias, en los que se desaconsejaba el traslado de la menor ya que conllevaría graves daños a su incipiente desarrollo como persona. Fue entonces cuando el caso adquirió dimensiones mediáticas cuasi circenses: más providencias, advertencias y, finalmente, traslado de la menor a Las Palmas de Gran Canaria.
Han pasado más de cuatro años, y la única certeza que tenemos es que Piedad permanece en un centro de acogida después de que fuera declarada en desamparo por el Gobierno de Canarias. Piedad ha pasado la totalidad de su vida consciente recibiendo el calor suplente de los centros hasta que recaló en La Orotava en una familia que le resultó ser habitable y con la promesa de un futuro diferente. Reconozco y confieso ahora que me flaqueó la deontología cuando Piedad me presentó con unos ojos luminosos a su perrito fotingo. A partir de ese momento, no pude dejar de escribir sobre el caso, sobre Soledad Perera y por encima de todo sobre Piedad. Me siento responsable, es más, creo que toda la sociedad es responsable de este inmenso desaguisado; un error de esta magnitud no debe taparse. Es hora de dirimir responsabilidades y atajar el daño inevitable que ya se ha hecho. Ahora, tímidos focos mediáticos se centran en el proceso judicial abierto contra la madre preadoptiva, Soledad Perera, pero alguien deberá contestar a las preguntas que realice Piedad, dentro de unos pocos años. ¿Quién se sentará en una mesa y le mirará a los ojos para explicárselo?, ¿qué pensará cuando lea los titulares de prensa?, ¿quién sacrificó su potencial felicidad?; ¿por qué se habló más de los delitos de desobediencia y se obvió el previsible y advertido, desmoronamiento de la arquitectura afectiva de una niña?, ¿cuándo se quedó huérfano de sentido común y humanidad nuestro sistema?, ¿será ése el momento de pedir disculpas y caer en la cuenta de que todos fuimos culpables y ella era la única inocente?.
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