DÓNDE ESTÁ NUESTRA IDENTIDAD HISTÓRICA?
ARTÍCULO RECIBIDO DE: (Tere e Isauro)
QUERIDOS AMIG@S.: Reflexionemos en estos días de aniversario de La Gesta del 25 de julio de 1797. Para ello nos viene bien releer el artículo de Agustín Guimerá Ravina. Aunque de fecha 21 de Abril del presente año se sigue adaptando a la situación actual del Monumento a La Gesta cuyo estado sigue siendo lamentable máxime para las fechas en que estamos. ¡Por lo menos que lo limpien! y de lo demás más de lo mismo. ¡QUE PENA!
¿Dónde está nuestra identidad histórica?
OPINION: Agustín Guimerá Ravina
¿Dónde está nuestra identidad histórica? Diario de Avisos
Eran las dos de la mañana y se esperaba a los ingleses en estado de alerta. Sólo se oía el rumor del océano en aquella noche oscura. De pronto, un miliciano que vigilaba en el martillo del muelle, con la cabeza vuelta al mar, susurró excitado: “¡Lanchas, lanchas enemigas...!”. En efecto, el contralmirante inglés había decidido atacar el frente en su punto más importante, el muelle y el castillo principal. Más de novecientos soldados y marineros se dirigían silenciosamente hacia su objetivo. Los remos habían sido forrados con lona para no hacer ruido mientras bogaban. Se habían armado con fusiles, picas, sables, hachas, sierras y escalas para el asalto a la fortaleza.
Los enemigos, al verse descubiertos, gritaron un “hurra” y remaron fuertemente hacia tierra. Una multitud de ingleses logró desembarcar en el muelle y su playa aneja. Los defensores dispararon sus cañones y su fusilería, rompiendo el silencio de la noche. Aquello parecía un día de juicio final. En medio de aquella refriega el contralmirante inglés, que intentaba poner pie en la playa, fue herido gravemente en el brazo derecho y tuvo que ser reembarcado hacia la escuadra.
Los ingleses clavaron los cañones del muelle y, pese a sufrir muchas bajas por el fuego concentrado de los defensores, avanzaron decididamente hacia el rastrillo, la entrada a la población. Ante el empuje enemigo, un grupo nutrido de defensores abandonaron el muelle y su entorno. La defensa recayó entonces en un puñado de valientes que se encontraban en el vivac del cuerpo de guardia y en la alameda vecina. Sólo quince soldados y milicianos, acompañados por unos treinta campesinos, disputaron duramente el paso al enemigo en el rastrillo del muelle y la playa. Muchos sólo tenían rozaderas y piedras como armas. La lucha llegó al cuerpo a cuerpo. Finalmente, los ingleses se rindieron en el muelle, a las tres y media de la mañana. Se tomaron treinta y dos prisioneros, incluidos algunos heridos. El combate en este sector del frente había terminado.
Esto no es un fragmento de la afamada película Máster and Commander o cualquier novela de éxito de Patrick O’Brien. Es el relato fiel del ataque de Horatio Nelson al muelle de Santa Cruz de Tenerife en la madrugada del veinticinco de julio de 1797, en cuyo hecho de armas sufrió el mayor revés de su carrera militar. Tenerife pagó su precio de sangre por esta victoria: veinticinco muertos y treinta y cinco heridos. La mitad de los fallecidos eran naturales de otros pueblos de la isla, que habían acudido a su defensa.
Doscientos años más tarde, los ciudadanos de Tenerife realizamos un homenaje a todos los héroes españoles, británicos y franceses que habían luchado en esa jornada. Para ello se levantó un monumento en la zona portuaria, junto al muelle original del siglo XVIII, testigo de aquellos acontecimientos. Diseñado por los arquitectos Tabares y Palerm, su estructura de hormigón visto y acero encierra una cavidad donde se han instalado dos reproducciones de las cartas que se intercambiaron Nelson y Gutiérrez, el comandante general de Canarias, que tuvo un comportamiento humanitario con el enemigo capitulado. En uno de los últimos actos de una guerra tradicional entre caballeros, ambos enemigos se intercambiaron cerveza, queso y vino malvasía. Encima de estas cartas figuran dos medallones de bronce, con los retratos de ambos militares, y el escudo de Santa Cruz. El artista Manuel de Bethencourt fue el autor de los medallones, el escudo y la escultura que corona el monumento. La enorme figura está realizada en bronce. Representa a una mujer del pueblo, de edad madura, no un modelo de belleza femenina, que grita al cielo su dolor por la pérdida de un ser querido. Como un mascarón de proa de un viejo navío de Trafalgar, le habla al transeúnte de un episodio heroico, donde murió gente valerosa de distintas naciones. No creo exista en Europa un monumento a un hecho de armas que exprese el dolor y el humanitarismo con tanta rotundidad.
Todo lo que antecede está en relación con el excelente artículo de Isauro Abreu, publicado recientemente en este diario, donde critica nuevamente al grupo municipal de Santa Cruz de Tenerife por su desidia a la hora de mantener este patrimonio histórico de la ciudad. Es indignante comprobar que el monumento lleva mucho tiempo en estado de abandono, con sus cristales rotos y sus placas de mármol, donde se reproducen las cartas de Nelson y Gutiérrez, hechas pedazos en el suelo. Pero ahí no acaba esta inoperancia de nuestro ayuntamiento: ¡muy cerca está el muelle de Nelson, escondido entre árboles y pasarelas, pintado y sucio! Más aún, este muelle singular posee todavía el impacto de una bala de cañón de veinticuatro pulgadas en sus sillares, que recuerda aquel asalto. Pues bien, el muelle fue destrozado por la Autoridad Portuaria para hacer la vía interna del puerto, sin consultar ni a Dios ni al diablo, demostrando un absoluto desinterés por nuestro patrimonio, en aras de un mal llamado progreso.
Pero, ¿en qué país vivimos? ¿Cómo se permite el actual gobierno municipal esta mancha de vergüenza en la entrada marítima de nuestra capital? Debieron haber respetado todo el muelle del siglo XVIII y haber cuidado el monumento a los héroes del veinticinco de julio para generaciones venideras. Muchos ciudadanos nos sentimos abochornados con este espectáculo, en el lugar de paso de miles de cruceristas que desembarcan cada semana en Santa Cruz. Hace poco tuve que enseñarle este lugar a un historiador británico, que está elaborando la biografía del joven capitán Richard Bowen, que murió valientemente en el asalto del muelle esa noche. Sentí vergüenza ajena. Cualquier ciudad europea moderna lo hubiese hecho mejor. Hubiera considerado un gran regalo el legado de 1797.
El paisaje es el alma de la tierra y llega directamente a nuestra sensibilidad. Es testigo de nuestra historia. Está lleno de claves sutiles. Nos narra la epopeya de nuestros antepasados, que a lo largo de cinco siglos construyeron una ciudad en un medio hostil, entre el Atlántico y las montañas de Anaga. Ellos defendieron su identidad española en un litoral accidentado, bañado por un océano poderoso, como pudo comprobar amargamente el propio Nelson. Desde nuestra infancia hemos ido interiorizando este paisaje, en el cual escuchamos voces de las cuales venimos. Pocas generaciones nos separan de nuestros mayores de 1797, por ejemplo.
Nosotros somos hijos de ese paisaje. Es el espejo de nuestra identidad. Cuando hay una destrucción de ese patrimonio se produce una mutilación de nuestro yo personal e íntimo. ¿Qué pretenden estos servidores públicos con su comportamiento irresponsable en relación al patrimonio santacrucero? La lista es lamentablemente muy larga: la ermita de Regla con su mobiliario pudriéndose al sol meses después de la riada; el puente de hierro en el barranco Santos amenazado de desaparecer; las fortificaciones, que jalonan nuestro litoral y que lucharon contra Nelson, aplastadas hoy por la especulación y el desinterés histórico -San Juan, la Casa de la Pólvora, Paso Alto, San Andrés-; el parque García Sanabria -que más parece una plaza ajardinada que el maravilloso parque de estilo francés que fue algún día-; el templo masónico -uno de los ejemplares más interesante del mundo; los edificios racionalistas, que son una verdadera joya del arte internacional; la iglesia de la Concepción -nuestra parroquia matriz, es decir “madre”, de la que se acuerdan cuando se han mojado el archivo y los retablos-... ¿Sigo?
Sí, me dirán que existen algunos logros en relación al patrimonio de la ciudad. Bien, pero eso no basta. Necesitamos unos servidores públicos que defiendan una identidad isleña, que no acaba en el mundo guanche o que sólo empieza con nuestro actual gobierno municipal de ATI. Se da la paradoja de que este gobierno municipal enarbola una ideología que pretende ser la única defensora de lo nuestro. Los nacionalistas se equivocan. El patrimonio histórico-artístico de Santa Cruz no molesta en su avance hacia la modernidad. ¡Es nuestra esencia, de la que muchos ciudadanos nos sentimos orgullosos! Lo mismo se aplica al paisaje, mezcla de mar, montaña y cultura en mayúsculas.
Ciudadano, ¡despierta! Ellos no van a cuidar tu patrimonio, tu esencia.
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Eran las dos de la mañana y se esperaba a los ingleses en estado de alerta. Sólo se oía el rumor del océano en aquella noche oscura. De pronto, un miliciano que vigilaba en el martillo del muelle, con la cabeza vuelta al mar, susurró excitado: “¡Lanchas, lanchas enemigas...!”. En efecto, el contralmirante inglés había decidido atacar el frente en su punto más importante, el muelle y el castillo principal. Más de novecientos soldados y marineros se dirigían silenciosamente hacia su objetivo. Los remos habían sido forrados con lona para no hacer ruido mientras bogaban. Se habían armado con fusiles, picas, sables, hachas, sierras y escalas para el asalto a la fortaleza.
Los enemigos, al verse descubiertos, gritaron un “hurra” y remaron fuertemente hacia tierra. Una multitud de ingleses logró desembarcar en el muelle y su playa aneja. Los defensores dispararon sus cañones y su fusilería, rompiendo el silencio de la noche. Aquello parecía un día de juicio final. En medio de aquella refriega el contralmirante inglés, que intentaba poner pie en la playa, fue herido gravemente en el brazo derecho y tuvo que ser reembarcado hacia la escuadra.
Los ingleses clavaron los cañones del muelle y, pese a sufrir muchas bajas por el fuego concentrado de los defensores, avanzaron decididamente hacia el rastrillo, la entrada a la población. Ante el empuje enemigo, un grupo nutrido de defensores abandonaron el muelle y su entorno. La defensa recayó entonces en un puñado de valientes que se encontraban en el vivac del cuerpo de guardia y en la alameda vecina. Sólo quince soldados y milicianos, acompañados por unos treinta campesinos, disputaron duramente el paso al enemigo en el rastrillo del muelle y la playa. Muchos sólo tenían rozaderas y piedras como armas. La lucha llegó al cuerpo a cuerpo. Finalmente, los ingleses se rindieron en el muelle, a las tres y media de la mañana. Se tomaron treinta y dos prisioneros, incluidos algunos heridos. El combate en este sector del frente había terminado.
Esto no es un fragmento de la afamada película Máster and Commander o cualquier novela de éxito de Patrick O’Brien. Es el relato fiel del ataque de Horatio Nelson al muelle de Santa Cruz de Tenerife en la madrugada del veinticinco de julio de 1797, en cuyo hecho de armas sufrió el mayor revés de su carrera militar. Tenerife pagó su precio de sangre por esta victoria: veinticinco muertos y treinta y cinco heridos. La mitad de los fallecidos eran naturales de otros pueblos de la isla, que habían acudido a su defensa.
Doscientos años más tarde, los ciudadanos de Tenerife realizamos un homenaje a todos los héroes españoles, británicos y franceses que habían luchado en esa jornada. Para ello se levantó un monumento en la zona portuaria, junto al muelle original del siglo XVIII, testigo de aquellos acontecimientos. Diseñado por los arquitectos Tabares y Palerm, su estructura de hormigón visto y acero encierra una cavidad donde se han instalado dos reproducciones de las cartas que se intercambiaron Nelson y Gutiérrez, el comandante general de Canarias, que tuvo un comportamiento humanitario con el enemigo capitulado. En uno de los últimos actos de una guerra tradicional entre caballeros, ambos enemigos se intercambiaron cerveza, queso y vino malvasía. Encima de estas cartas figuran dos medallones de bronce, con los retratos de ambos militares, y el escudo de Santa Cruz. El artista Manuel de Bethencourt fue el autor de los medallones, el escudo y la escultura que corona el monumento. La enorme figura está realizada en bronce. Representa a una mujer del pueblo, de edad madura, no un modelo de belleza femenina, que grita al cielo su dolor por la pérdida de un ser querido. Como un mascarón de proa de un viejo navío de Trafalgar, le habla al transeúnte de un episodio heroico, donde murió gente valerosa de distintas naciones. No creo exista en Europa un monumento a un hecho de armas que exprese el dolor y el humanitarismo con tanta rotundidad.
Todo lo que antecede está en relación con el excelente artículo de Isauro Abreu, publicado recientemente en este diario, donde critica nuevamente al grupo municipal de Santa Cruz de Tenerife por su desidia a la hora de mantener este patrimonio histórico de la ciudad. Es indignante comprobar que el monumento lleva mucho tiempo en estado de abandono, con sus cristales rotos y sus placas de mármol, donde se reproducen las cartas de Nelson y Gutiérrez, hechas pedazos en el suelo. Pero ahí no acaba esta inoperancia de nuestro ayuntamiento: ¡muy cerca está el muelle de Nelson, escondido entre árboles y pasarelas, pintado y sucio! Más aún, este muelle singular posee todavía el impacto de una bala de cañón de veinticuatro pulgadas en sus sillares, que recuerda aquel asalto. Pues bien, el muelle fue destrozado por la Autoridad Portuaria para hacer la vía interna del puerto, sin consultar ni a Dios ni al diablo, demostrando un absoluto desinterés por nuestro patrimonio, en aras de un mal llamado progreso.
Pero, ¿en qué país vivimos? ¿Cómo se permite el actual gobierno municipal esta mancha de vergüenza en la entrada marítima de nuestra capital? Debieron haber respetado todo el muelle del siglo XVIII y haber cuidado el monumento a los héroes del veinticinco de julio para generaciones venideras. Muchos ciudadanos nos sentimos abochornados con este espectáculo, en el lugar de paso de miles de cruceristas que desembarcan cada semana en Santa Cruz. Hace poco tuve que enseñarle este lugar a un historiador británico, que está elaborando la biografía del joven capitán Richard Bowen, que murió valientemente en el asalto del muelle esa noche. Sentí vergüenza ajena. Cualquier ciudad europea moderna lo hubiese hecho mejor. Hubiera considerado un gran regalo el legado de 1797.
El paisaje es el alma de la tierra y llega directamente a nuestra sensibilidad. Es testigo de nuestra historia. Está lleno de claves sutiles. Nos narra la epopeya de nuestros antepasados, que a lo largo de cinco siglos construyeron una ciudad en un medio hostil, entre el Atlántico y las montañas de Anaga. Ellos defendieron su identidad española en un litoral accidentado, bañado por un océano poderoso, como pudo comprobar amargamente el propio Nelson. Desde nuestra infancia hemos ido interiorizando este paisaje, en el cual escuchamos voces de las cuales venimos. Pocas generaciones nos separan de nuestros mayores de 1797, por ejemplo.
Nosotros somos hijos de ese paisaje. Es el espejo de nuestra identidad. Cuando hay una destrucción de ese patrimonio se produce una mutilación de nuestro yo personal e íntimo. ¿Qué pretenden estos servidores públicos con su comportamiento irresponsable en relación al patrimonio santacrucero? La lista es lamentablemente muy larga: la ermita de Regla con su mobiliario pudriéndose al sol meses después de la riada; el puente de hierro en el barranco Santos amenazado de desaparecer; las fortificaciones, que jalonan nuestro litoral y que lucharon contra Nelson, aplastadas hoy por la especulación y el desinterés histórico -San Juan, la Casa de la Pólvora, Paso Alto, San Andrés-; el parque García Sanabria -que más parece una plaza ajardinada que el maravilloso parque de estilo francés que fue algún día-; el templo masónico -uno de los ejemplares más interesante del mundo; los edificios racionalistas, que son una verdadera joya del arte internacional; la iglesia de la Concepción -nuestra parroquia matriz, es decir “madre”, de la que se acuerdan cuando se han mojado el archivo y los retablos-... ¿Sigo?
Sí, me dirán que existen algunos logros en relación al patrimonio de la ciudad. Bien, pero eso no basta. Necesitamos unos servidores públicos que defiendan una identidad isleña, que no acaba en el mundo guanche o que sólo empieza con nuestro actual gobierno municipal de ATI. Se da la paradoja de que este gobierno municipal enarbola una ideología que pretende ser la única defensora de lo nuestro. Los nacionalistas se equivocan. El patrimonio histórico-artístico de Santa Cruz no molesta en su avance hacia la modernidad. ¡Es nuestra esencia, de la que muchos ciudadanos nos sentimos orgullosos! Lo mismo se aplica al paisaje, mezcla de mar, montaña y cultura en mayúsculas.
Ciudadano, ¡despierta! Ellos no van a cuidar tu patrimonio, tu esencia.
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