POR LOS SENDEROS DEL RECUERDO
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
No voy a ocultar la emoción que sentí al llegar al lugar siempre por mí idealizado, del negocio de don Francisco Arbelo Hernández, en Santa Úrsula, donde fui solamente por e
star allí, lugar que transitó mi inolvidable padre y sus mejores amigos y también familiares, durante muchos años. Donde acudían señores de Santa Cruz y La Laguna en busca de aquella sana compañía y a degustar el apetecible condumio y el más exquisito vino de la zona. Treinta o cuarenta años yendo todas las tardes, donde doña Esperanza, la del tingladito de zinc hacia fuera…
Ahora mismo estoy haciendo mención del pasado de esa encantadora familia, sin ánimo de hacer propaganda gratuita, sólo con el propósito de homenajear a la señora Esperanza, su hijo Francisco y su familia.
Estar allí, nuevamente, después de tanto tiempo, fue como haber visitado un templo entrañable, amistoso y respetable. Desde que llegué, le pregunté a uno de sus hijos por el buen Francisco y al cabo de unos instantes apareció, siempre cordial. Nos saludamos de forma efusiva y emotiva para ambos. Pese al tiempo transcurrido algo había renacido y nos sentimos obligados a respetar los recuerdos. Mejor diría, evocarlos. El buen amigo comprendía mi situación, por ser hijo de don Enrique, cliente asiduo durante años, rememorando tantas tardes vividas en compañía de su hermano Régulo González Matos, Donato Santana Ortega, Joaquín Espinosa Afonso, Elías González, José Martín, etc. Y mi hermano Enrique.
Aquella mesita, donde con nostalgia me senté, ubicada en el mismo sitio, en la esquinita, frente al mostrador, en la entrada… ¡Allí estaban todos! Cartas sobre la mesa, vino a discreción y hasta música canaria. Algunas veces participé, menos que mi hermano Enrique. Aquellos momentos eran excepcionales. Eran, no sé si acertaré a definirlo, como un acontecimiento familiar a la vieja usanza. Era como era y no podía ser de otra forma, cuando los participantes saben comportarse. Aquel afán por armonizar el momento con la realidad misma que estábamos viviendo. Aquellos encuentros eran algo así como pautas familiares que, sin saberlo entonces, han pasado a la historia de nuestras jergas sociales y del cotidiano divertimento entre nuestras gentes del Norte de Tenerife y el resto de las islas.
Ya dije, al comienzo, que allí nos dábamos cita, también a la hora del servicio del restaurante-comedor, de aquella rica comida casera. Aún hoy, muchas familias de la capital y otros municipios suelen ir por allí habitualmente.
Doña Esperanza se nos fue… Aún quedan su hijo Francisco, su esposa e hijos, atendiendo el negocio. Uno de ellos, muy gentilmente, sabiendo que soy colaborador del Periódico EL DÍA, y que lo leen siempre, me obsequió con una foto de su padre, tomada en la época aquella. Dijo: “Por si piensa escribir algo de mi viejo y el suyo, se la presto y que con ella pueda documentar lo que escriba para tantas personas que han pasado por aquí y nos conocen”.
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
No voy a ocultar la emoción que sentí al llegar al lugar siempre por mí idealizado, del negocio de don Francisco Arbelo Hernández, en Santa Úrsula, donde fui solamente por e

Ahora mismo estoy haciendo mención del pasado de esa encantadora familia, sin ánimo de hacer propaganda gratuita, sólo con el propósito de homenajear a la señora Esperanza, su hijo Francisco y su familia.
Estar allí, nuevamente, después de tanto tiempo, fue como haber visitado un templo entrañable, amistoso y respetable. Desde que llegué, le pregunté a uno de sus hijos por el buen Francisco y al cabo de unos instantes apareció, siempre cordial. Nos saludamos de forma efusiva y emotiva para ambos. Pese al tiempo transcurrido algo había renacido y nos sentimos obligados a respetar los recuerdos. Mejor diría, evocarlos. El buen amigo comprendía mi situación, por ser hijo de don Enrique, cliente asiduo durante años, rememorando tantas tardes vividas en compañía de su hermano Régulo González Matos, Donato Santana Ortega, Joaquín Espinosa Afonso, Elías González, José Martín, etc. Y mi hermano Enrique.
Aquella mesita, donde con nostalgia me senté, ubicada en el mismo sitio, en la esquinita, frente al mostrador, en la entrada… ¡Allí estaban todos! Cartas sobre la mesa, vino a discreción y hasta música canaria. Algunas veces participé, menos que mi hermano Enrique. Aquellos momentos eran excepcionales. Eran, no sé si acertaré a definirlo, como un acontecimiento familiar a la vieja usanza. Era como era y no podía ser de otra forma, cuando los participantes saben comportarse. Aquel afán por armonizar el momento con la realidad misma que estábamos viviendo. Aquellos encuentros eran algo así como pautas familiares que, sin saberlo entonces, han pasado a la historia de nuestras jergas sociales y del cotidiano divertimento entre nuestras gentes del Norte de Tenerife y el resto de las islas.
Ya dije, al comienzo, que allí nos dábamos cita, también a la hora del servicio del restaurante-comedor, de aquella rica comida casera. Aún hoy, muchas familias de la capital y otros municipios suelen ir por allí habitualmente.
Doña Esperanza se nos fue… Aún quedan su hijo Francisco, su esposa e hijos, atendiendo el negocio. Uno de ellos, muy gentilmente, sabiendo que soy colaborador del Periódico EL DÍA, y que lo leen siempre, me obsequió con una foto de su padre, tomada en la época aquella. Dijo: “Por si piensa escribir algo de mi viejo y el suyo, se la presto y que con ella pueda documentar lo que escriba para tantas personas que han pasado por aquí y nos conocen”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario