EL ANGEL DE ESE CAMINO DESCONOCIDO...
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
No voy a dudar ni un instante mientras viva, mientras conserve mi mente sana, con esta vocación mía, viviré soñando caminos y a ellos llevaré mis convicciones, mi forma de ser y pensar; mientras conserve mi integridad física y moral, que será, siempre amar a Dios sobre todas las cosas terrenales y luego al prójimo "más que a mí mismo." Siempre dándole el calor de mi humilde forma de amar, dándole a ese necesitado mi mano para que no sucumba en el horrible pantano de la soledad y que puedan oír la voz solicitada de un amigo que se alimenta de lo poco que pueda hacer por los demás. Nadie, si yo estoy a su lado, se va sin una cálida expresión mía, que yo imploro a Dios por todos aquellos que se sientan solos, y más aún, en los últimos momentos de su vida.
A veces me siento importante, o lo que es igual, valiente; me amparo en esos recursos, contagiado por la inspiración cristiana y me acerco al amigo que sufre... Y cuantas veces uno evita importunar esa delicada situación de la triste despedida que el hombre ve llegar y sólo desea la paz del silencio "ver más allá" y hallar la mano amiga y el celestial apoyo del abrazo divino: lo más bello y grandioso que uno anhela... Entonces, cuán lejos están de lo que uno sufre al no poder darles todas las fuerzas que necesitan para luchar contra la muerte, ese lapso agónico de la separación física de lo espiritual; fuerzas para que esa defensa no sea estéril y pueda "la pálida y celosa" detenerse, en algunos momentos, no ser tan cruel e injusta, no ser tan brusca y traidora, casi siempre con los más débiles y las mejores personas.
Miro a mis manos y en ellas veo un inmenso desierto de soledades, mas, si el sierro las siento crujir, agarrotarse como sueños rotos que se escondieran entre mis dedos. Y luego de reflexionar con mesura los suelto con tierno ademán, porque entiendo el temor que sufren y busco darles su libertad, para que despierten y vuelen, que no queden para siempre prisioneros sus encantos; y les siento alejarse y me quedo ilusionado, pensando si no vuelven - como las aves migratorias - si es porque hallaron su verdadera felicidad, mejor que estar para siempre prisioneros; y mucho más me ilusiona verles irse con las prisas de la huida, aunque cautelosa; y luego, aún pienso más, que si no vuelven es porque habrán hallado aquella añorada paz….
Mejor que estar para siempre sufriendo el cautiverio de la incomprensión, entre las manos de unos y de otros... Entre las garras del hombre, cuando hace tanto tiempo debieron haber levantado ese esperanzado vuelo de la liberación.
Qué poco podemos hacer, ¡tantas veces! para ayudar a los demás, hay momentos que yo mismo no entiendo por dónde debo ir, y los caminos que elegimos se nos hacen tan largos, son como toboganes o laberintos, de los cuales no consigues salir; y lo que es más triste, es llegar a escapar y luego pensar qué hacer, ¿seguir en la soledad vivida y en esa confusión sufrida?
Y entre tantas vueltas no vemos a nadie que nos llamare pidiendo ayuda. La vida es así, no anuncia el lugar donde debas ir y puedas ayudar al necesitado, hemos de buscarlo nosotros, pero los caminos se nos presentan desiertos, algún eco coreado de voces angelicales, pero nada más...
Ahora mismo estoy oyendo esos ecos y no sé de donde vienen: siguen llamándome desde muy lejos.
Somos como la pared inmóvil que no puede proteger como uno quisiera las tempestades que nos llegan; y a veces nos sentimos indefensos al ser combatidos con la brusquedad intempestiva e impetuosa de la traición y dudamos si sabríamos resistir... Sin embargo, pensando en Dios he resultado ileso y para asombro mío he logrado en varias ocasiones vencer el miedo a morir y me he enfrentado, yo solo, a ese fantasma inoportuno. El hecho de estar aún vivo aunque muera cada instante, me obliga a decir que el hombre debe luchar hasta el último momento que pueda escapar de las repugnantes garras de la muerte, pensando en Dios. Y si no pudiera ser, el alma se salva, que es lo más grande, pienso yo; porque siempre llamamos a Dios, nuestro celestial guía en ese camino desconocido que conduce al Cielo...
No voy a dudar ni un instante mientras viva, mientras conserve mi mente sana, con esta vocación mía, viviré soñando caminos y a ellos llevaré mis convicciones, mi forma de ser y pensar; mientras conserve mi integridad física y moral, que será, siempre amar a Dios sobre todas las cosas terrenales y luego al prójimo "más que a mí mismo." Siempre dándole el calor de mi humilde forma de amar, dándole a ese necesitado mi mano para que no sucumba en el horrible pantano de la soledad y que puedan oír la voz solicitada de un amigo que se alimenta de lo poco que pueda hacer por los demás. Nadie, si yo estoy a su lado, se va sin una cálida expresión mía, que yo imploro a Dios por todos aquellos que se sientan solos, y más aún, en los últimos momentos de su vida.
A veces me siento importante, o lo que es igual, valiente; me amparo en esos recursos, contagiado por la inspiración cristiana y me acerco al amigo que sufre... Y cuantas veces uno evita importunar esa delicada situación de la triste despedida que el hombre ve llegar y sólo desea la paz del silencio "ver más allá" y hallar la mano amiga y el celestial apoyo del abrazo divino: lo más bello y grandioso que uno anhela... Entonces, cuán lejos están de lo que uno sufre al no poder darles todas las fuerzas que necesitan para luchar contra la muerte, ese lapso agónico de la separación física de lo espiritual; fuerzas para que esa defensa no sea estéril y pueda "la pálida y celosa" detenerse, en algunos momentos, no ser tan cruel e injusta, no ser tan brusca y traidora, casi siempre con los más débiles y las mejores personas.
Miro a mis manos y en ellas veo un inmenso desierto de soledades, mas, si el sierro las siento crujir, agarrotarse como sueños rotos que se escondieran entre mis dedos. Y luego de reflexionar con mesura los suelto con tierno ademán, porque entiendo el temor que sufren y busco darles su libertad, para que despierten y vuelen, que no queden para siempre prisioneros sus encantos; y les siento alejarse y me quedo ilusionado, pensando si no vuelven - como las aves migratorias - si es porque hallaron su verdadera felicidad, mejor que estar para siempre prisioneros; y mucho más me ilusiona verles irse con las prisas de la huida, aunque cautelosa; y luego, aún pienso más, que si no vuelven es porque habrán hallado aquella añorada paz….
Mejor que estar para siempre sufriendo el cautiverio de la incomprensión, entre las manos de unos y de otros... Entre las garras del hombre, cuando hace tanto tiempo debieron haber levantado ese esperanzado vuelo de la liberación.
Qué poco podemos hacer, ¡tantas veces! para ayudar a los demás, hay momentos que yo mismo no entiendo por dónde debo ir, y los caminos que elegimos se nos hacen tan largos, son como toboganes o laberintos, de los cuales no consigues salir; y lo que es más triste, es llegar a escapar y luego pensar qué hacer, ¿seguir en la soledad vivida y en esa confusión sufrida?
Y entre tantas vueltas no vemos a nadie que nos llamare pidiendo ayuda. La vida es así, no anuncia el lugar donde debas ir y puedas ayudar al necesitado, hemos de buscarlo nosotros, pero los caminos se nos presentan desiertos, algún eco coreado de voces angelicales, pero nada más...
Ahora mismo estoy oyendo esos ecos y no sé de donde vienen: siguen llamándome desde muy lejos.
Somos como la pared inmóvil que no puede proteger como uno quisiera las tempestades que nos llegan; y a veces nos sentimos indefensos al ser combatidos con la brusquedad intempestiva e impetuosa de la traición y dudamos si sabríamos resistir... Sin embargo, pensando en Dios he resultado ileso y para asombro mío he logrado en varias ocasiones vencer el miedo a morir y me he enfrentado, yo solo, a ese fantasma inoportuno. El hecho de estar aún vivo aunque muera cada instante, me obliga a decir que el hombre debe luchar hasta el último momento que pueda escapar de las repugnantes garras de la muerte, pensando en Dios. Y si no pudiera ser, el alma se salva, que es lo más grande, pienso yo; porque siempre llamamos a Dios, nuestro celestial guía en ese camino desconocido que conduce al Cielo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario