CANTOS DE LA MAR QUE TRAEN LOS VIENTOS
ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Sentí un reparo intenso mientras descendía por la empinada y sombría escalera que conducía algún lugar nuevo, al menos para mí. Todo había sido hasta entonces sorpresas. Mis obsesivas y curiosas inquietudes de ese día habían despertado el deseo de echarme andar hasta lo más lejos posible del entorno habitual y busqué en los lugares más apartados nuevas sensaciones que rompieran la tediosa monotonía que a veces nos mal condicionan enturbiando las escasas, pero gratas perspectivas y que tantas veces hacen sentirnos como sumidos en el trágico abandono de tal o cual persistente melancolía. Pero la vida, con todos sus encantos de excelentes atractivos y motivaciones, está presente en todo aquello que se nos aparece y nos sorprende, que nos ilusiona y también nos atrae e incentiva a nuestras fuerzas. Y los sentidos que nos despiertan a veces en el extraño mundo de los ensueños pasajeros... La Creación está presente en todo cuanto nos rodea y allá donde no podamos llegar materialmente logramos conseguirlo con el pensamiento.
Con estas meditaciones había continuado el atrevido descenso. Antes de llegar a los últimos peldaños de añosas piedras, ahora mugrientas, húmedas y medio desplazadas, medité calladamente, con cierta amargura que no podía disimular... Entonces advertí, que el silencio se acentuaba, hasta el punto de sentir mi respiración entrecortada en esos abandonados momentos, verdaderamente, me sentí más solo e impotente, ciertamente, tuve deseos de retroceder; mas, no lo pude hacer por que oí, inesperadamente, el bullicioso revolotear de muchas aves que, advertidas de mis pasos huyeron despavoridas.
Avancé un poco más y me encontré con una enorme pared basáltica que descansaba en la fértil lomada que sobre el acantilado reverdecía bajo los influjos del candoroso Sol y cuya frondosa vegetación me devolvía en esta especial ocasión aquellos ánimos perdidos mientras bajaba la empedrada y tosca escalera que me sobrecogiera tanto.
Abrí los brazos con ademán de triunfo y respiré muy profundamente... ¡Qué sensación tan sublime sentí entonces! Aquello parecía un sueño de esos que a veces vivimos y del cual no sentimos deseos de romperlos con el frívolo despertar y quisiéramos conservarlo para siempre.
En la verticalidad de la pared dorsal, al girar sobre mis propios talones, apareció regulares oquedades en el amasijo basáltico y de tamaños diversos, y algunas dejaban entrever manchas blancas - parece que las estoy viendo - de los excrementos de las aves que allí habitaban. Ahora mismo vuelven aquellas que huyeron, pero aún no se posan, han preferido dar algunas vueltas en reposado vuelo para observarme bien, ya que extrañadas estaban de mi espontánea presencia y con cautela fueron posándose donde sus respectivos nidos y ya interrumpían la paz de tanto silencio alcanzado, la alborozada alegría de sus crías que esperaban el calor y los alimentos indispensables.
Yo había descubierto un lugar ideal para la meditación espiritual. Conociéndole ya, desde ahora sería fácil llegar hasta él y me sentía el único dueño universal de ese pequeño mundo. Levantaría con piedras cuatro muros e improvisaría un techo seguro que me proteja del sol del medio día y de los céfiros vientos alisios. Convertiría en un santuario el apetecido lugar, improvisando un fortín armonizado siempre con la madre Naturaleza. Abajo y un poco alejado está el mar, rompiendo con elástica suavidad los sueños del petrificado y milenario acantilado que no reposa, que sólo resiste y acepta acostumbrado las caricias nunca iguales de las delirantes mareas... Esas embestidas frenéticas contra los estáticos peñascos, el indomable "oleaje" ejercía como si fueran caricias del mar que les llega; y ellos las rompen en blanca espuma que se dispersa uniformemente en todas las orillas del espléndido arenal.
Al cabo de cierto tiempo, con la mente cargada de alucinantes proyectos, emprendí el regreso por el mismo camino, que ya no era el mismo quién lo transitara inflamado de curiosidad. Ahora iba seguro y sorpresivamente halagado, había hecho un gran descubrimiento, había hallado el lugar idóneo para mis furtivas huidas en busca de la tranquilidad... Ahora podría hablar con los ángeles sin ser interrumpido, las musas de mis sueños habitarían en ese misterioso paraje bien seguras de no ser turbadas y habría un celestial paralelelísmo entre los vientos y el canto que surge del mar... Y muchas veces hablaría con las aves del entorno y podría acariciarlas entre mis manos, sin que me teman por que les hablaría en su lenguaje amoroso, cuando desciendan hasta mi lado, como las musas. Y los poéticos fantasmas de mi inspiración se unirían también al feliz cortejo de mis idílicos sueños, entre la verde fronda y el ancho mar que nos baña calladamente y es a la vez espía a mi febril fantasía; donde desde su acariciable lejanía hasta sus cálidas orillas, arrullándome están con sus cantos, en lontananza y acariciándome desde sus costas, hasta poseerme, llegando hasta arriba, a mi santuario, con esa brisa tan suave que anuncia su grata sinfonía y que tan dulcemente acompaña. El mar y el cielo, cómo se me parecen en mis sueños, y las cumbres de mi tierra, qué misterios descuelgan, parecen un reto el canto que de ellas llega, esos lamentos que se oyen, o es la brisa o son lamentos...
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