sábado, 26 de junio de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

LAS VOCES DE LOS RECUERDOS NUNCA CALLAN

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros


La condición humana se nutre del celo que el hombre ponga en sus propias decisiones; y la capacidad de éste en aceptar la evidencia de su propio destino. Con el paso de los años lo entendemos mejor. Cabe pensar que el pasado fue la escuela de nuestra madurez, entonces aprendimos a valorar lo bueno que el azar nos ofrecía, todo iba llegando a su debido tiempo y aprendimos a frenar nuestros repentinos impulsos...
La vida fue dándonos las oportunidades que anhelábamos y con el trabajo, suspicacia y perseverancia, abrimos los primeros surcos hasta hallar el naciente de la esperanza, brotando la ilusión tanto tiempo denegada. Madurando se forjó nuestra conciencia y, a través de esa influencia, cimentamos nuestra personalidad. Siempre es práctico evocar aquellos momentos del comienzo de tantas lecciones recibidas, porque en ellas hallaremos, aún abiertos, los caminos que nos enseñaron andar por la vida.
No me cuesta prendas decirlo: fui emigrante - así como suena - y el énfasis que pongo al decirlo, es para luego señalar, que hay muchos modelos de emigrantes. Emigré con todos los papeles en regla. Antes hubiera sido distinto, ya que en varias ocasiones, intenté irme de polizonte e indocumentado, dado que no tenía la edad requerida para viajar por mi cuenta y riesgo, siendo menor de edad. Al llegar a Venezuela, siendo aún un muchacho, juré respetar las Leyes de ese país, e integrarme a sus costumbres y forma de vivir del criollo. A partir de ahí, se abrieron para mí, las oportunas puertas de esa gran universidad, donde aprendí a ganarme la vida con el trabajo honrado que iba hallando. Comencé desde cero, hasta llegar a ganarme un puesto aceptable en la sociedad venezolana, que supe conservar y valoraré hasta el final de mis días. Cuatro años viví en Caracas, y después de andar por otros lugares, acabé yendo a Barquisimeto, donde viví ocho años. Entonces trabajé en la Unidad Sanitaria (Avda. Vargas), en el Servicio de Dermatología Sanitaria. Departamento de Lepra.
Conocí a mucha gente allá, e hice grandes amistades criollas. Está por demás, decir, que fueron los años más felices de mi vida. La pasión que pongo al decirlo, sé que me delata, no puedo ocultarlo. En Canarias suelo exteriorizarlo escribiendo para el Periódico El Día; y creo, contribuir con mi entusiasta dedicación, a elevar el ánimo a tantos venezolanos que viven acá. Y de paso, recuerdo a mis paisanos las razones de mi vehemencia por Venezuela, las cuales son compartidas por aquellos, que como yo, tuvieron que emigrar y hoy han regresado, habiendo dejado en nuestra octava isla, parte del corazón y tantos familiares que aún siguen luchando junto a los venezolanos, para elevar, cada vez más, la bandera que nos acogió en momentos difíciles, ya superados, cuando hoy, los papeles se han invertido, por razones obvias.
Al cabo de los años transcurridos y en el penúltimo avance, yendo, aún, por el camino señalado, la vida me sirve para recordar con desmedida nostalgia, aquella juventud perdida, llena de sorpresas, de falsos y ciertos augurios, de ilusiones y querencias memorables, que perdurarán hasta el último ocaso de mi vida.
Venezuela, pues, me proyectó, en mi dulce adolescencia, hacia este destino mío. Impregnando a mí espíritu de todas sus exquisitas esencias nacionales; y acertó al transformar el curso de mi vida. Propinó luz a mi conciencia y calor en todos los conceptos aprendidos en mi normal formación.
Nada más bello y humano, que ser agradecido y no ocultar, jamás, la verdad al narrar "algunos" e importantes y personales acontecimientos, que, en definitiva, son los que han motivado la transparencia dialéctica de estas cordiales líneas.
¡Espero, decidirme, algún día!.. Quisiera recorrer, nuevamente, cada lugar del Estado Lara, particularmente, de Barquisimeto. Sé que todo ha cambiado desde entonces, hoy será una ciudad más moderna... Más, no iba a importarme mucho, si al fin voy a poder abrazar fuertemente, a algunos, entre tantos buenos amigos que dejé... La antigua fisonomía de sus calles y avenidas, de sus plazas públicas y sus atractivos edificios, y casas antiguas. Eso lo llevo dentro de mí y nunca morirá. Son, quizás, los perpetuos recuerdos que nos dan fuerzas para sostener esperanzas e ilusiones e íntimos criterios. Iré algún día, Dios mediante y aunque me asombre tanto progreso que veré, o todo sea más hostil, echaré siempre de menos, aquellos momentos vividos: el amor que puse en mi trabajo y tanta buena gente que conocí y dejé allá. Y tantos familiares que me animan a que dé el salto…
Cuando han transcurrido tantos años desde aquellos inolvidables episodios de mi vida, los años no nos separan, sucede todo lo contrario. En mi caso, cada día que pasa siento más nostalgia por aquel encantador país y sus gentes, no es que les esté idealizando, es así, como lo narro y como lo siento. Es cierto que cuando yo viví y luché allá, todo era distinto a como lo es hoy. También es posible que siendo un muchacho, un joven lleno de ilusiones, viera todo cuanto me rodeara, de otro color menos oscuro, del color de las rosas y sólo viera lo más atractivo, lo más bello… Pero no, cuando uno se integra honradamente a la vida y costumbres del país que nos acoge, surge un misterio, un humano sentimiento que absorbe junto lo bueno y lo malo, lo asimilamos y en consecuencia, con respeto y consideración lo bueno y lo que no es tan bueno lo aceptamos como la misma evidencia... Forma parte de un todo que llegamos entenderlo como una novedad más, que inevitablemente de igual forma atrae… Hay que vivirlo, saber interpretar el cálido afecto que recibes en determinados momentos, desinteresadamente.
Si les contara no acabaría en tan buen tiempo y para eso habrá oportunidades, porque cuando pienso en aquellas remotas experiencias mi inspiración puede más que todas mis fuerzas y pareciera que mencionando esas amadas experiencias rindiera culto a los recuerdos que no mueren, que siempre me acompañarán hasta el último momento…

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