ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
El Valle parece que gozara del placentero sueño estival, como si aquella fisonomía de años atrás se hubiera alegrado y otros aires esperanzados le estimularan... Viéndole hoy, aún sin ocultar la huella del evidente abandono del que ha sido víctima, diría, que hasta el verde de su alegre platanar bajo el sol radiante de estos meses, brillara con límpida lucidez. La profunda oquedad de sus sombríos barrancos se pronuncia más oscura que otras veces por contrastes luminiscentes en sus claros márgenes de arriba, en la superficie, donde la campiña se abre al socaire de los rayos solares brindando su tierra fértil
Y el vuelo de las aves que regresan a sus nidos parece que marcaran otros ritmos que recuerdan melódicas sinfonías que sincronizan entre sí alegres notas musicales que se encuentran dispersas en el espacio etéreo, como ecos celestiales de armónicas alabanzas...
Pero, ¿qué le ocurre hoy a mi Valle de La Orotava, que hasta los caminos se alegraron y el campesino parece que sonriera más convencido y satisfecho de lo que suele estar habitualmente, mientras va sachando la tierra bajo el cielo azul que fulgura ardientemente; y encandila, como el agua cuando corre por la ceñida atarjea emulando al pequeño arroyo y al cortejo de la vida y bajo esa luz radiante, por su angosto cause hasta llegar al profundo abismo salpicando a su vera el entorno florido, como si de un juego angelical se tratara, celebrando la alegría de nuestro arcaico Valle?
Al otro lado del camino me arrimo, para asomarme curiosamente buscando más deleite en la abundante estampa del silente campo y me sorprende sobremanera, ver los frutales colmados de olorosos frutos de vivos colores ya madurados, y la hierba crecida, de exuberante sabia que se expande abundantemente a todo lo largo y ancho de los atajos y las orillas de los caminos hoy reverdecidos y profusos, los que antes tantas veces anduve en busca de la hierba fresca, las flores silvestres y de la apetitosa frutas para ofrecérsela celosamente a quien al otro lado, siempre me esperaba al pie del vetusto castaño... Y seguíamos por las pendientes y escabrosas veredas hacia la era, donde nos sentábamos sobre las dispersas piedras del bordillo, íntimamente juntos, a contemplar la majestuosa alfombra verde, mientras seguíamos degustando la rica fruta que le había llevado. Abajo, hasta llegar al mar, se podía ver la estampa más emotiva que nadie pudiera soñar y a la par que deleitaba, transmitía bonanza y pasión y hasta que le dábamos fin a los apetitosos frutos hablábamos de cosas bellas, del milagro de la Creación, de la sensibilidad del ser humano cuando su entorno es la Naturaleza y el marco inspirador un rincón cualquiera con olor a campo, con la paz y el silencio de mi Valle: entre animales y flores, al lado de una apacible campesina que solo sabe mirarte y decirte sin palabras sus nobles pensamientos, con olor a brezos y a hierbales del campo mezclados con el de la leña quemada...
Todo el tiempo estuve acompañado de mi fiel amigo Lukas, que no cesaba de dar saltos y cortas carreras durante el trayecto circundado de abruptas y empinadas lomadas cubiertas de los acostumbrados matojos que crecen con sus desiguales y onduladas formas que trepan hasta la espesura del callado bosque a medidas que ascendemos por senderos y veredas según las vamos sorteando, para aminorar la distancia que nos separa del lugar inamovible y fantástico que nos ilusiona ver y cuyo enclave son nuestras entrañables Cañadas del Teide.
Caminamos aún un largo trecho hacia arriba, entre gigantescos pinares que en espesa formación parecen unidos sus ramajes que no dejaban pasar al sol, por lo que era tremendamente agradable la frescura bajo sus verdes ramas que asemejaban techumbre sobre la frescas pinocha y provocaba echarse, pero había que seguir...
Hacía un día espléndido, el azul del cielo y el verde del fresco monte mitigaba la sensación de cansancio e inspiraba profundamente idílicas percepciones que armonizaban con lo bello y silencioso del lugar y de los eufónicos cantos de la suave brisa que alguna vez acariciaba la piel y los sentidos, como queriendo eternizar para el recuerdo aquellos momentos llenos de eufórica evasión. Y hasta la tierra parecía que sintiera, al paso de nuestras sombras que lamían su desigual declive cuando le dábamos las siluetas reposadas de nuestros cuerpos y se escuchaba el quejido por nuestras parsimoniosas pisadas.
Lukas, media lengua fuera y sus nerviosillos ojos bien abiertos acechaba cualquier movimiento que surgiera y corría tras los insectos levantando gran polvareda en cada batida y no cesaba de ladrar y mirarme; me daba a entender que era feliz, que estaba a sus anchas y muy a su gusto haciéndome compañía. Como si me preguntara, qué cosa era lo que yo buscaba entre tanta vegetación, cuesta arriba y tanto silencio...
Atrás quedaba, en la fértil hondonada la esplendorosa platanera, y en el páramo más cercano nos detuvimos, sólo un momento, para asomarnos por si veíamos aún nuestros pueblos norteños que ya los iba ocultando la espesura del mar de nubes, que como inmenso cortinaje de esponjosas formas algodonosas corría presuroso hasta cubrirlo todo.
Mi acompañante, al unísono que ladraba fijaba su atenta mirada a unos metros de distancia, como si algo se hubiera movido y me obligó a detenerme. Guiado por el interés del perro y viéndole avanzar sigilosamente pude comprobar de qué se trataba. Había una pareja de conejos preciosos comiendo hierbas tan distraídamente que no advirtieron nuestra presencia. Mas, Lukas seguía mirándome, como diciéndome que si atacaba o no. Verdaderamente, le tuve que contener si no se hace con las criaturas, y de verdad, no nos faltaba comida y esos animalitos estaban en su mundo, viviendo su vida... ¿Qué daño nos habían hecho?, ninguno. Di un par de palmadas y desaparecieron como por arte de magia. El perro me echó una fulminante mirada de rencor y me ladró dos veces seguidas, luego, tomando una piña de pino que hallé en el suelo, la tiré lo más lejos que pude para que iniciara el juego que tanto le gustaba y contento la trajo a mis pies, Evidentemente seguía siendo mi entrañable amigo; le di un trozo de queso blanco y quedó feliz, como siempre cuando está a mi lado.
Haber contribuido, de alguna manera, ayudando a aquellos inofensivos animalitos del lugar, dándoles la oportunidad de que escaparan del salvaje instinto del perro, completó el placer que el paseo en contacto directo con la Naturaleza me estaba deparando, eran sensaciones incontrolables de desmedida bonanza, como la terapia espiritual que viviera un ermitaño...
Ya se adivinaba un día claro, más claro que el cielo de nuestro Valle y que despuntaba de entre las desnutridas nubecillas del monte, apareciendo, paulatinamente, el calor solar como una caricia reconfortante que invitaba a seguir sin aminorar la marcha. Mientras mi amigo jugaba con dos piñas de la abundante pinocha, mis pensamientos tornaron nuevamente hacia el Valle y me hacía la misma pregunta: -¿Qué le estaba ocurriendo al Valle, que desde unos días atrás lo veo más fresco y alegre? ¿Será una premonición mía, o tal vez sea cierto que otros aires le animan? Dios quiera, porque nuestra gente también se ha vuelto más optimista. ¿Acaso es cierto que la Providencia no nos abandona en estos cruciales momentos de evidente renovación y austera reflexión?
Con esos pensamientos anduve hasta detenernos bajo un frondoso pino y juntando un montón de sus desechos caídos, hice una buena elevación con los mismos y me eché sobre ella, con la mente perdida en arcanas meditaciones, acariciando la ardiente cabeza del perro que se alzaba insistentemente y no paraba de mirarme, guiñándome sus preciosos ojos con interrogante expresión, se acercó más a mí y descansando su cálido hocico sobre mi pierna, también se echó el plácido descanso de un ligero sueño reparador de energías antes de seguir caminando.
Reemprender el camino fue pensado y hecho, me coloqué la gorra y ayudado por un trozo de estaca que llevaba, comenzamos andar, ahora por el borde izquierdo de la carretera, disfrutando del delicioso paseo.
A menudo entablaba algún diálogo con Lukas, quien parecía como si me entendiera, respondiendo a mis monólogos con su nerviosa y mocha colita, que en agitados movimientos transmitía su lenguaje habitual cuando quería darse por aludido o intuía la necesidad de una comunicación expresa. Modalidad que yo, más o menos ya entendía, así como él comprendía mis connotaciones espontáneas y con intermitentes pausas, para no caer en el aburrimiento de la soledad y que por evitársela también consolaba al compañero más inmediato, el que nunca me dejará, sino cuando le llegue su triste hora...
Después de un largo rato y de haber hecho varios altos en el camino, bien sea saludando a algún conocido, o simplemente a alguien que se nos cruzara en la marcha por casualidad o imperativos de rutina, o para tomar alguna fotografía interesante de algún motivo que no podía pasar desapercibido por su singular encanto. Reparando en lo andado, iba notando cierta lejanía. De mí se fue apoderando un sentimiento de tristeza que evidentemente comprendía, era fácil de entender. Aunque estuviera mi fiel amigo conmigo me sentía solo. Y aunque hablara con las piedras del camino y con las montañas, no me contestaban y yo sabía que me oían... Y que adivinaban mis callados pensamientos. En ocasiones, yo miraba al Cielo elevando un sugerente y único sentimiento: -Señor, Vigía del caminante en estas alturas, ¿sabes, que tanta soledad me abruma? Estoy pensando en lo triste que ha de ser tener uno que irse "en el viaje sin retorno" y dejar todas estas impresionantes bellezas "TU Obra" y luego, no poder sentir jamás este silencio sobrecogedor, ni percibir nuevamente el perfume de la tierra seca imantado al milagro ecológico y ambiental de la florida retama de exuberante frescura, de nuestras violetas teidíferas y de los gélidos ecos de las brisas llegadas del inmenso océano de atlánticas influencias... La paz de mi Valle se acrecienta aquí, en el aire majestuoso de esta soledad, y a la vez, en este abanico de contradicciones y encantos. Se han despertados los hechizos y surge la irresistible visión de un encuentro sensorial excepcional, despiertan en la mente como un preludio celestial que anuncia la capacidad del hombre al poder alcanzar la belleza terrenal en nuestras cumbres y sus frondosos pinares que ocultan los misterios de un encantamiento bíblico y poético entre sus sombras y los claros del viril follaje con solemnidad y dulzura irresistible. Donde se refugian los sueños que con las brisas emigran hasta sus celadas, y como el águila solitaria vuelan a las alturas de aquellos peñascos gigantescos de elevadas prominencias a buscar la paz... E intuyendo con esta sosegada meditación la fortaleza de la mano creadora capaz de deslumbrar la ceguera del mundo, simplemente con la presencia de un trocito ilusionado de su Creación, en lo que a nuestro Valle se refiere, y sus faldas oceánicas y esas cumbres visionarias que se alargan y se pierden melodiosas hasta llegar al Teide, a dos pasos del Cielo.
Fue una experiencia única y al mismo tiempo puede ser repetido el placer que me produjo, porque ahí está, para propios y extraños, es un lugar entrañablemente respetuoso y bello, puedo volver a verle y sentir sensaciones distintas, es quizás, el lugar más pluriespectacular de nuestra Isla de Tenerife, varía su fisonomía al mismo ritmo siempre, más bello y atractivo, más impresionante. Ese es el paraje de nuestras Cañadas del Teide.
Y con estos pensamientos, después de haber pasado un día delicioso, tomamos el rumbo del regreso, luego de descansar lo suficiente e incluso, de haber charlado con alguna gente, que como yo, estaban tremendamente complacidos de haber sabido emplear inteligentemente el tiempo libre, y lejos del mundanal ruido...
Y como siempre nos ocurre a los canarios, en mi especial circunstancia, le comenté a mi fiel e inseparable amigo: -Oye bonito, sabes, desde hoy en adelante todos los domingos y fiestas de guardar, tú, quién nos quiera acompañar y yo, nos vamos a ir de paseo "pa" arriba que es donde estamos mejor.
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