sábado, 1 de mayo de 2010

PTO. SIEMPRE EL PUERTO,

PARQUE SAN FRANCISCO: APUNTES PARA SU HISTORIA (II)

ARTÍCULO DE: Salvador García Llanos

Un recinto singular y multiusos a la vez, si se tiene en cuenta la cantidad de actividades que allí se desarrollaron, entre ellas, las peleas de gallos, domingos y festivos al mediodía.

El parque se llenó también de contenidos políticos. Allí debutó, hizo su primer mitin, el malogrado Francisco Afonso (q.e.p.d.). Formaciones políticas de todo signo convocaron allí actos públicos, casi siempre coincidentes con campañas electorales. Desde la tribuna hablaron Joaquín Satrústegui, Txiqui Benegas, Narcís Serra y numerosos políticos canarios. Benegas lo hizo en ocasión del referéndum para la integración en la Alianza Atlántica: cuando comprobó que había casi mil personas en el recinto, se mostró muy complacido.
El parque acogió también a los trabajadores del sector de hostelería cuando se declararon en huelga a finales de los años setenta. Allí se establecieron como asamblea permanente -el conflicto duró varios días- que reivindicaba la firma de un convenio colectivo digno.
Una de las últimas corporaciones del régimen preconstitucional hubo de fijar una tasa para la utilización del parque San Francisco. Todos lo querían pero había costes de mantenimiento y personal que era necesario afrontar. La ordenanza regulaba los conceptos, establecía las cantidades y exceptuaba el pago de aquellos espectáculos que tuvieran carácter de benéficos.
En el parque dejó su vida, por cierto, un operario municipal, Santiago Boirges Alvarez, quien en pleno trabajo, cayó de una escalera, con tan mala fortuna que falleció al instante.
El anecdotario es rico. En él hay que incluir el montaje de aquel circo. Hubo que elevar un coche en medio de una notable expectación. El esfuerzo fue tan grande que lo que parecía imposible terminó lográndose.
Para imposible, el de José Antonio Lubary, un popular concejal que fue responsable de la instalación. En cierta ocasión, de forma involuntaria, autorizó el uso a dos entidades distintas para el mismo día y a la misma hora. La coincidencia generó, claro, notables trastornos.
Hasta quinientos kilos de castañas se acumularon en cierta oportunidad, vísperas de la celebración de San Andrés, cuando los primeros gobiernos locales democráticos promovieron el fomento de las tradiciones. Pepín llegó a lanzarse, literalmente, sobre aquel “mar de castañas”. Enrique Serrano y Carlos Cabezola plasmaron en sus cámaras aquel “momentazo”. Antes, ya Castilla había proporcionado un titular para la última página de “La Tarde”, donde salió fotografiado acostado en un escalón del graderío: “¡La fiesta es mi vida!”.
Paco Bello era un decorador/interiorista de TVE que preparó convenientemente el recinto para algunos espectáculos que iban a ser televisados. Buen conocedor de su oficio, el parque le daba disgustos. En cierta ocasión, cuando la Muestra de la Canción del Atlántico, después de tomar medidas y trazar los planos para el escenario y los accesos, las piezas y los paneles no se correspondían. En pleno cabreo, Pepín Castilla se lo llevó a la oficina técnica del Ayuntamiento donde hubo de rehacer las grafías y readaptar las condiciones.
En esa Muestra ya quedó dicho que Gilbert O'Sullivan y José Luis Rodríguez 'el Puma' protagonizaron un auténtico duelo artístico. El primero no debió quedar muy satisfecho pues, tras su segunda canción al piano y antes de despedirse, arrancó las flores de un parterre del escenario y se lo llevó, tal cual, a una mujer sentada en primera fila que resultó ser la esposa del general Ravina, en aquel momento primera autoridad militar del archipiélago.
Intentaron rescatar el baile de blanco y negro, un número de las fiestas de julio que tuvo su esplendor en el desaparecido teatro “Topham”. No hubo suerte; fue un fracaso. Las costumbres habían cambiado y las generaciones más jóvenes se divertían o disfrutaban de otra manera, sobre todo, en el vestir.
Rafael Ibarbia, director de orquesta, la espaldas más famosas de España, terminó siendo uno más de los que frecuentaban el parque en cualquier época del año. Quienes le conocían, le saludaban de forma inconfundible: “Buenos días, maestro”. Ibarbia, una vez, en pleno Festival Internacional de la Canción del Atlántico, apreció que el pianista no tocaba bien la partitura. Le llamó la atención visualmente pero, apreciando que no corregía, se acercó hasta el instrumento y se puso él mismo a tocarlo sin que se interrumpiera la ejecutoria.
En la tercera o cuarta edición de este Festival, se había anunciado la actuación, fuera de concurso, de Salomé, una intérprete catalana muy popular tras la defensa de España en Eurovisión. El apoderado de la cantante pidió cobrar por adelantado. Si no, no salía al escenario. Cuando le trasladan la cuestión al alcalde, Felipe Machado del Hoyo, éste le dice directamente al apoderado: “Pues dígale a Salomé que si no quiere dormir esta noche en el calabozo, que salga a cantar”. Vaya si salió. Y cobró, claro.
(Continuará)

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