domingo, 30 de mayo de 2010

LOS REALEJOS AL DÍA,

AQUELLA BONITA ROMERÍA EN HONOR A SAN ISIDRO LABRADOR Y A SANTA MARÍA DE LA CABEZA, DE LOS REALEJOS

Llevamos desde niños el imborrable recuerdo de la Romería de San Isidro y de Santa María de la Cabeza como si se tratara de una medalla en el pecho.

Sobrelos años 55 mi familia acostumbraba a ver pasar la Romería de San Isidro por la calle del Medio De Arriba, desde las ventanas donde vivió algunos años, nuestra prima Catalina. Aquella casona antigua que aún está en pie, sirvió para que la familia se reuniera a la espera del cortejo.
Después de haber almorzado todos juntos, se abrían las ventanas y tomábamos puesto. Ya más arriba, poRlos alrededores de la Cruz de dicha calle, se oían sonar las parrandas, que, poco a poco iban bajando calle abajo en un permanente río típico de color y de cantares de la tierra.
Rebaños de cabras y ovejas abrían el cortejo. Le seguían las yuntas de vacas con sus alegres cintas de colores y sus cencerros, así como alguna carroza espontánea que repartía papas, carne y vino a todos aquellos que por dicha calle esperaban el paso de la Romería.
Llamaba mucho la atención ver la cantidad de niños y niñas vestidos con el traje típico que en grupos bajaban cerca de los Santos, así como muchas mujeres y hombres que lucían los trajes tradicionales.
Entre los niños y niñas, no faltaban los bien dispuestos balayos llenos de los frutos de la tierra: nísperos, higos, naranjas, ciruelas, papas, guayabos, huevos duros claveles espigas... y todo lo que sus familiares podían conseguir, con el fin de que aquellas cestitas de caña o mimbre fueran lo mejor decentes y vistosas, junto a una servilleta blanca y perfectamente calada.
Tras la chiquillería, las parrandas o grupos folclóricos que en muchas ocasiones llegaban de distintos lugares de la Isla animaban con sus cantares y al son de las cuerdas y panderetas e instrumentos, aquella fiesta canaria calle abajo. Era la fiesta más hermosa junto a los fuegos del Tres de Mayo, que vivía el Realejo de Arriba.
A poca distancia, cerraba el cortejo San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza. Y tras los Santos, la banda del Regimiento de Infantería que muchas veces acudía invitada a estas fiestas.
En las casas el olor penetrante de la carne en adobo, recorría una legua. Y las calles bien adornadas como la del Sol por donde subía la Romería, y la del Medio por la cual bajaba, se llenaban de forasteros ya que era la primera romería del año en la Isla.
Concluida esta, en la plaza de Viera y Clavijo, aquellos grupos folclóricos que habían participado en la Romería, pasaban por el escenario, allí calentaban cuerdas y gargantas y comenzaba el baile hasta bien entrada la noche. Mientras en los ventorrillos próximos al lugar el buen vino y la carne en adobo junto a las papas bonitas, se convertían en los platos más solicitados por los forasteros para degustarlos mientras los grupos seguían animando el ambiente. Por los cercanos lugares la noria y la churrería realizaban sus trabajos. Lo propio hacia las turroneras llegadas desde Tacoronte, mientras doña Esperanza “la magufa” llegaba desde Las Llanadas a vender alguna que otra manzana verdosa.
También destacaron en esa época las riñas de gallos sobre el escenario. O los partidos de fútbol en el campo de Los Príncipes.
Todo comenzaba con una exposición de ganado en la que hoy conocemos como Avenida Tres de Mayo, junto por fuera donde estaba ubicada la Casa Sindical, para luego ser bendecido por el párroco y premiado por la comisión de fiestas con entrega de trofeos.
Después y antes de comenzar la Romería, la correspondiente función religiosa en honor a los Santos Patronos de Nuestros Campos en la parroquia de Santiago Apóstol como marcaba la tradición.
Hoy aquella pintoresca Romería que congregaba a cientos de personas, ha perdido parte de su peculiar estilo. Pero en el ánimo de todos y en la mente de muchos quedan estos y otros viejos recuerdos de aquellos gratos días de Mayo, cuando también la Cruz era festejada con el lógico entusiasmo de sus vecinos. También los de la calle del Sol hacían lo propio en su capilla. Y entrada la noche, los fuegos al paso de la Cruz Procesional de la Iglesia, recorría ambas calles. Las mismas que después lo haría la Romería. Allí se ponía a prueba el fervor y el cariño de sus moradores al Santo Madero, para el que no se regateaban esfuerzos, pues en ambas calles, se ban recogiendo donativos para hacer frente a los gastos que ocasionaba los fuegos de la Cruz. Todo bajo la fe profunda de dos calles que ponían a prueba quién realizada una mayor y más amplia exhibición, bautizada como el “Pique entre calle y calle”. Una forma sana de superar aquel aliento vecinal y que se ha convertido en la mayor exhibición pirotécnica de Canarias.
Así llegaba Mayo al Realejo. Así se celebraban estas fiestas mayores. Así era el entusiasmo de sus vecinos, recopilando donativos. Así se engalanaban de flores sus dos capillas, así de brillantes eran aquellas fiestas de Mayo en plena primavera. Fiestas que viven aún en el corazón de muchos que también las vivieron y que participaron de ellas de forma ejemplar.

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