ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros
Ordenando un poco el laberinto de mis papeles sueltos, donde en algunos hay escritas algunas historias de pretéritas vivencias que cualquier día pasado me dio por escribirlas y muchas de ellas no he tenido tiempo disponible para destruirlas o echarlas a la papelera.
Comentaba que estaba ordenando mis cosas, cuando hallé un sobre abierto que contenía varias fotos antiguas de mis padres de hace muchos años, siendo yo un niño de poca edad. Con las fotos en mis manos surgió o sentí un extraño silencio que se apoderó de mí y que un rayo de luz en mis tinieblas me sorprendiera y sintiera un profundo sentimiento de añoranza indescriptible. Retrocedí en el tiempo; y mientras besaba las fotos, igual sentí rodar por mis mejillas algunas ardientes lágrimas. Súbitamente cerré la puerta de la habitación, no quería que me vieran en ese doloroso trance; necesitaba estar solo, muy solo, que nada ni nadie turbara esos sublimes momentos… No cesaba de mirarles con intensa devoción y con voz entrecortada por la emoción les musitaba palabras de ternura, de amor. Hasta me pareció verles mover sus labios, que aunque no dijeran nada legible, adiviné sus palabras y volví a besarles.
Nunca sabré qué tiempo estuve con ellos, balbuceando frases que me salían del alma tratando de consolarles… Ya que por momentos sus facciones se entristecían o eso me parecía. Como si aún yo fuera aquel niño pequeño que llora por ellos.
Hoy, porque soy padre y hasta abuelo comprendo mejor… Que no es necesario comparar las edades, los viejos también sentimos igual que los muchachitos, tal vez más que nunca y les necesitamos de igual manera para llenarnos ese inmenso vacío que nos han dejado al morir. No recuerdo haber llorado así, ni cuando era niño. Siempre nos han hecho falta para ayudarnos a vivir felices.
Dichosos aquellos que tienen consigo a sus padres y pueden darles lo mejor que tengan y desean brindarles todas las atenciones que se merecen. Al tenerles la vida cambia –aunque muchos hijos no lo entiendan- y al perderles la vida se nos convierte en una inmensa laguna de soledades; y aquellos pasares, al pensar que no supimos hacerles todo lo feliz que ellos, sin palabras, sólo con hechos, nos lo pregonaban. Con sus silencios y sus bellas lecciones de amor. Con su abnegada resignación y sus oportunos ejemplos.
Todos los días del año, sus huérfanos hijos les recordamos con la más pura ternura, o sólo en días señalados. Sin embargo nos emociona mucho, es diferente el sentimiento que nos embarga, cuando vemos caminar por las calles del pueblo a tantas personas, de todas las edades, con ese regalito para el día de la madre… El mío lo llevo dentro y sólo le pido a Dios que se lo haga llegar, es sólo un beso…
Ordenando un poco el laberinto de mis papeles sueltos, donde en algunos hay escritas algunas historias de pretéritas vivencias que cualquier día pasado me dio por escribirlas y muchas de ellas no he tenido tiempo disponible para destruirlas o echarlas a la papelera.
Comentaba que estaba ordenando mis cosas, cuando hallé un sobre abierto que contenía varias fotos antiguas de mis padres de hace muchos años, siendo yo un niño de poca edad. Con las fotos en mis manos surgió o sentí un extraño silencio que se apoderó de mí y que un rayo de luz en mis tinieblas me sorprendiera y sintiera un profundo sentimiento de añoranza indescriptible. Retrocedí en el tiempo; y mientras besaba las fotos, igual sentí rodar por mis mejillas algunas ardientes lágrimas. Súbitamente cerré la puerta de la habitación, no quería que me vieran en ese doloroso trance; necesitaba estar solo, muy solo, que nada ni nadie turbara esos sublimes momentos… No cesaba de mirarles con intensa devoción y con voz entrecortada por la emoción les musitaba palabras de ternura, de amor. Hasta me pareció verles mover sus labios, que aunque no dijeran nada legible, adiviné sus palabras y volví a besarles.
Nunca sabré qué tiempo estuve con ellos, balbuceando frases que me salían del alma tratando de consolarles… Ya que por momentos sus facciones se entristecían o eso me parecía. Como si aún yo fuera aquel niño pequeño que llora por ellos.
Hoy, porque soy padre y hasta abuelo comprendo mejor… Que no es necesario comparar las edades, los viejos también sentimos igual que los muchachitos, tal vez más que nunca y les necesitamos de igual manera para llenarnos ese inmenso vacío que nos han dejado al morir. No recuerdo haber llorado así, ni cuando era niño. Siempre nos han hecho falta para ayudarnos a vivir felices.
Dichosos aquellos que tienen consigo a sus padres y pueden darles lo mejor que tengan y desean brindarles todas las atenciones que se merecen. Al tenerles la vida cambia –aunque muchos hijos no lo entiendan- y al perderles la vida se nos convierte en una inmensa laguna de soledades; y aquellos pasares, al pensar que no supimos hacerles todo lo feliz que ellos, sin palabras, sólo con hechos, nos lo pregonaban. Con sus silencios y sus bellas lecciones de amor. Con su abnegada resignación y sus oportunos ejemplos.
Todos los días del año, sus huérfanos hijos les recordamos con la más pura ternura, o sólo en días señalados. Sin embargo nos emociona mucho, es diferente el sentimiento que nos embarga, cuando vemos caminar por las calles del pueblo a tantas personas, de todas las edades, con ese regalito para el día de la madre… El mío lo llevo dentro y sólo le pido a Dios que se lo haga llegar, es sólo un beso…
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