ARTÍCULO DE: Lorenzo de Ara Rodríguez
Los catalanes, por lo menos esos catalanes que trabajan (jajaja) y cobran mucho dinero en el Parlamento, tienen un poder enorme, incontestable, asfixiante. Son los protas de esta mala película.
Son nacionalistas, quieren la muerte de España, no creen en la Constitución, les importa muy poco el bienestar de los españoles, pero son capaces de abanderar el patriotismo en la sede democrática de la vieja nación, hoy más vieja y paupérrima que nunca. En definitiva, esos catalanes saben hacer muy bien su trabajo.
A lo mejor esos catalanes son el estereotipo más fiable de lo que es ser político hoy en día.
Jugar, hacer trampas, hacerse el patriota, escenificar un enfado y sonorizar la turbación ante un presidente inepto, fanfarrón y mesiánico; pero en el fondo, nada de lo que reluce es real, todo es un camelo, una bufonada que funciona a las mil maravillas. No se dejen engañar. Gracias a ese amasijo de trulerías consiguen excelentes resultados para su objetivo político: Cataluña sin España.
La crisis está sirviendo para poner en su sitio a mucha gente. Los socialistas se encuentran en el hoyo, y en ese lugar permanecerán durante mucho tiempo. La derecha, la gran derecha, está como siempre en un tris de conseguir grandes cosas, pero su cobardía, falta de liderazgo y torpeza en EL manejo las palabras, la convierte en una opción peligrosa y fútil.
Los nacionalistas, catalanes y vascos principalmente, a los que se unen los regionalistas de Coalición Canaria, mordisquean con avidez el cuerpo descompuesto de España, todavía extrañamente llenito de nutrientes (dinero).
Esta semana hemos presenciado la derrota más humillante de un presidente de gobierno. Los catalanes lo salvan del harakiri, pero lo condenan a morir de hambre en un lujoso palacio. Lo martirizan en público, pero le permiten salir con vida, arrastrándose sin alma por los callejones de la democracia.
España no tiene gobierno, apenas podemos fiarnos de la oposición, y en un atávico desenfreno de calamidades y obscenas palabras, descubrimos que son los nacionalistas, enemigos de su unidad y progreso, los que se apoderan del patriotismo y de la solvencia política.
Pobres ya somos, muy pobres, pero no sabíamos hasta esta semana que también estábamos locos de atar. El Congreso es el manicomio donde los más alienados controlan a su manera el triste peregrinar de los enfermos por el hospital. A falta de pan, buenas son las pastillas que nos obligan a tragar.
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