sábado, 28 de agosto de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

AQUELLOS SENSUALES OTOÑOS

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Cuando las alondras revolotean en torno al estático escenario de los tristes aleros, avisan de la época que comenzamos a vivir, las tardes de los acostumbrados otoños. Despiertan de sus letargos y avisan del ambiente sombrío que nos espera y aunque así sea, ese recogimiento y lúbruges horas de tedio irresistible, también tienen su peculiar encanto.
A mí, personalmente, es la estación del año con la que mejor me identifico, lo lamentable es, que como todo ha cambiado tanto, aquellos mágicos otoños no van a repetirse, parece que jamás va a ser… ¿Quién no recuerda aquellos otoños de tardes frías, de tanta soledad y calladas horas que transcurrían con la humedad monótona, a veces más tristes que las del siguiente invierno, cuando llovía persistentemente noche y día y no salía el Sol, a veces, varias jornadas seguidas, o al menos sus rayos solares no nos llegaban. Aquellos cielos cubiertos de negruzcas nubes y los vientos inclementes. Es verdad, todo ha cambiado y sin embargo recordamos con manifiesta nostalgia aquellos días, pese a ser tan lúgubres, pero que transmitían aquel recogimiento familiar y todos buscábamos el calor del hogar como un salvador recurso para no perecer de tristeza y aburrimiento. Nuestros viejos aún lo recuerdan mejor. Aquellas cocinas de leña todo el día prendidas y el potaje al fuego… El recipiente del agua caliente en su punto. La plancha de hierro y la manta en la mesa de la cocina, el lugar más acogedor de aquellas casas antiguas, de largos pasillos y en la trasera el corral de las gallinas. ¿Habrá algo más bonito que recordar, cuando del pasado se trata?
Cada cual aceptaba su suerte, según su destino la haya señalado. A veces eran más felices aquellos que menos tenían. Eso debe haberlo sentenciado la voluntad de Dios. Más se lamentaban los que más tenían. El hecho de ser pobres y sufrir tantas privaciones que los demás no sufrían, pienso que al haber sido decisión divina, con ella transmitiera algún poder sobrenatural que mitigara esas deficiencias y llenara el corazón de gratitud y de ese amor que la fe contagia…
Como si los otoños fueran iguales para todos y juntos sintiéramos igual la necesidad de estar más cerca, reflexivamente, y entendiéramos que es el tiempo que pasa.
Las calles, a veces, eran como lagos intransitables, y sin embargo los chiquillos jugaban en los charcos del agua y bajo la lluvia danzaban y pocos se enfermaban. ¡Algunos Ángeles seguramente les cuidaban!
Entonces existía la amenaza de la tuberculosis, más que por el frío, por la necesidad de alimentos propios para nutrirles debidamente. Tampoco había tantos recursos económicos, lo más lamentable de aquella crítica época.
¡Ay, aquellos días y noches otoñales! Los viejos o los que algo nos aproximamos a esa encantadora edad, conocemos aquella etapa de la historia de nuestros pueblos y sabemos lo que decimos
No, no era aburrida aquella época de nuestra vida, será, tal vez, incomprensible para las gentes de hoy. Lo comprendo y esa gran diferencia que nos distancia y que aceptamos con el mismo cariño y amor que en aquel entonces la vivimos, sea nuestra mano generosa que quisiéramos ofrecerles como ayuda fraternal.
Todos éramos como una gran familia, solidarios, respetuosos, sin despreciar las libertades, encantos que hoy se disfrutan, obviando, por supuesto, la corrupción que existe en nuestros pueblos y ciudades; y la crueldad con qué la justicia a veces trata a las gentes, adulta o vergonzablemente a niñas como el lamentable caso de la desafortunada niña “Piedad”.
¡Que se ve cada cosa! Y se vive cada situación tan vergonzante, que uno no sabe si retroceder en el tiempo, o no saber nada de la actual amenaza social en que se vive… Claro, antes si, ahora no nos conocemos los unos a los otros, ahora es otra cosa, las leyes las administran los de afuera, apenas salimos de nuestras madrigueras ya nos están acechando para quitarnos algo, bien sea la libertad, nuestra propia identidad o aquel honor que nos servía de aliento y que en muchas ocasiones lo hemos visto peligrar.
La educación está en manos de gentes de afuera, la sanidad igual, la justicia también, el orden público en los pueblos, villas y ciudades, igualmente hacienda, la luz, el agua, ascensores, y si vamos a ver, todo lo que no he alcanzado a mencionar. ¿Se da cuenta por qué los viejos nos sentimos tan molestos? Siempre fuimos engañados, sin darnos cuenta o por ser minorías, que se han adueñado de todo lo que nos pertenecía y que aún nos pertenece por derechos propios. Es tremendamente triste a donde hemos llegado y sospecho que para eso ya hay solución. Los que nos hubieran podido ayudar, la mayoría de nuestros políticos, se plegaron miserablemente a los poderes ya establecidos… Ahora sus hijos y nietos, serán una simple consecuencia de tanta sumisión y cobardía.

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