miércoles, 14 de julio de 2010

ART. DE UN PORTUENSE,

Y LOS CLAROS DE LUNA

ARTÍCULO DE: Celestino González Herreros

Siguiendo el curso del tiempo, un tanto poseído por sus influencias, pasó sin detenerse por los senderos ocultos de la vida; atrás fue dejando el recuerdo de otras horas vividas que fueron quedando en el injusto olvido. Aquellas cadencias que dejaron las brisas que le acompañaron durante el largo trayecto fueron como dulces notas de irresistibles sinfonías, que le trajeron, a priori, recuerdos de lejanos sentimientos que, despertaron en él irrenunciables momentos; solía evocarlos a pesar de las distancias, cual si fueran familiares hojas de un viejo manuscrito, ya amarillentas y carcomidas. En esa aventura se enrolaba persistentemente, como si fueran esos episodios vividos su máxima aspiración al rememorarlos. Hoy le parece todo más turbio, igual que los opacos y arañados cristales de su añosa ventana, como las aguas del solitario manantial y la línea aquella divisoria, entre el mar y el cielo... Y en las páginas sueltas de su diario, cuando intentó leerlas una vez más, sintió la sensación de que su inconfundible letra era como lo fueran las arenas movedizas, abatidas por el viento inclemente, que confundió en ese laberinto fónico que no acertó nunca a comprender, la transformación de aquellos signos, como todo cuanto le rodeaba...
Su vida, al cabo del tiempo, fue traduciéndose sólo a eso, caminar por los viejos atajos que le brindaron, a ultranza, su propia imaginación; ir buscando, aunque fuera inútilmente, esos causes amados, el familiar silbido de aquellas suaves brisas que animaban su cerrado entorno. Y los claros de Luna... Y las cómplices lluvias que les brindó tantos momentos poéticos, al verse ambos juntos, en la intimidad del celo y del deseo amoroso, sintiendo el calor de sus cuerpos, amándose con dilección... Entonces entendí, las percepciones fatalistas de él, de que: “todo tiene un límite, que nada es perecedero ni nos pertenece, como si viviéramos engañados. Que si estamos en este mundo, debe ser por pura casualidad, que sólo nos resta desenvolvernos de la mejor forma que podamos, crecer y crecer, luego sufrir la transformación e ir marchitándonos y caer, como la flor que lo ha dado todo y que nada, ni nadie se apiada de su triste sino”.
Las brisas quizás nunca le abandonen, su débil espíritu se sostendrá, incólume, en ese enemigo del alma en este mundo: las dudas... En otra dirección, aunque siga confuso, hallará el sendero hacia el infinito, flotando en cálidos remansos y perfumadas somnolencias; en ese confuso trayecto, donde habrá tiempo de valorar el mítico paisaje y tal vez halle su justa dimensión humana.
El hombre, muchas veces, no acierta a comprender la fuerza sobrenatural de ese misterio, capaz de encausar desviaciones sentimentales, sintiéndose arropado y comprendido, se deja llevar, fluyendo... hasta alcanzar el sosiego espiritual que le permita lograr, sin gravitar, todos los tiempos poéticos de la vida, y nadar en las aguas más limpias que conforten al alma. Y llegando a conseguirlo, podrá sentirse feliz en su nuevo lecho...

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