miércoles, 26 de mayo de 2010

LOS REALEJOS AL DÍA,

LA ISLA: EN LOS OJOS Y EN LA MENTE

ARTÍCULO DE: Esteban Domínguez


Por el norte, encontramos rincones llenos de luz y color. Y por sus montes, troncos viejos reverdecidos por la humedad, guardan el recuerdo de la raza guanche. Las nubes empujadas por el alisio, bañan con su frescor a los árboles del cercano monte realejero empapándolos con su humedad.
La laurisilva reserva natural que en épocas terciarias pobló el continente europeo, y que hoy como un tesoro, guardan los bosques canarios, sigue estando presente.
Abajo, muy abajo, el blanco caserío rodeado del verdor guardado y arropado por la cordillera, despiertan momentos inolvidables.
Por las playas las rocas o murallones mezclan su voz con el sonido de las olas cercanas.
Mas allá casi en El Puerto, el azul y el negro como unas olas petrificadas, los viejos roques que se alzan para mirar al Teide y al mar extendido de encajes de su espuma, sobre la arena negra de su recoletas playas.
El clima único de Tenerife hace el milagro de la convivencia, de la flora más diversa que estalla en una sinfonía de formas, color y perfume. En el Puerto, el suave atardecer. El Teide se baña en las transparentes aguas del Lago de Martiánez y las noches mágicas, lugar donde la música se mezcla con el rumor del mar.
Por la costa norteña, el verdor de las palmeras se funde con el profundo azul del mar, en la agreste costa del norte de Tenerife.
Y Garachico fue durante los siglos XVI y XVII, un importante puerto por el que se embarcaban los famosos vinos de esta comarca; cerca se alza el mítico Drago de Icod de los vinos, testigo de acontecimientos lejanos y heredero de la leyenda guanche.
Desde esta tierra icodense, vemos el Teide. No hay caminos, no hay veredas, no hay voces, no hay sonidos, sólo silencio y la belleza de un mundo distinto que penetra en los sentidos, mientras que la retama del Valle de Ucanca es parte de la lava, de la nieve, del silencio…
Nieve y lava. La luz se hace nieve para alumbrar a la negra lava. Y en el fantástico jardín del Teide, flores de hielo y retama blanca lo cubre todo durante el invierno.
Al pie del volcán. Las flores parecen alimentarse del fuego, hundiendo sus raíces en la lava.
En el Jardín del Teide, las flores se tiñen de los colores del cielo y del sol. Mientras las luces y las sombras, juegan en Las Cañadas del Teide con el paisaje, modelando en cada instante formas y contenidos.
Allí al atardecer, las rocas cinceladas por el viento, se prolongan en el verde del pino solitario: llega el último instante de sol en el más grandioso de los paisajes.
Detrás de nuestra sombra queda todo un mundo petrificado: soledad, silencio, y viento que se hace suspiro en el reino eterno del padre Teide.

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