viernes, 23 de abril de 2010

LOS REALEJOS AL DÍA,

LOS GUANCHES PRIMITIVOS HABITANTES

ARTÍCULO DE: Esteban Domínguez

Estos eran los más verdaderos, los más sólidos y los más antiguos del mundo. Tierras para sembrar cebada o habas, rebaños de ovejas, hatos de cabras y de puercos: tales fueron los fondos inagotables de su caudal. Así, por donde quiera que examináremos los repúblicos de los guanches, las encontraremos comparables a la de los patriarcas y héroes. Todos saben que las riquezas de estos hombres originales consistían principalmente en ganados y tierras, y que ellos eran bastante para hacerlos felices.
En Tenerife eran los reyes señores y propietarios absolutos de todas las tierras de labor, que repartían cada año entre sus vasallos, atendiendo a la cantidad, familia, méritos y servicios de cada uno, de manera que los guanches no eran más de unos usufructuarios de las tierras, o como unos labradores del estado, que no le pagaban pensión. Esta imposibilidad de hacer las adquisiciones hereditarias contenía la ambición; porque, ceñidos a los límites de los repartimientos, sólo se aplicaban a que valiese mucho su industria y su sudor, y cuando la dichosa multiplicación de una familia obligaba a subdividir las tierras en nuevas porciones, entonces se redoblaba el desvelo en el cultivo de ellas y se ponía más atención en la cría de los ganados, que se apacentaban en los baldíos comunes. Así los ganados hacían la principal desigualdad en las riquezas.
Los isleños no tuvieron esclavos ni jamás conocieron esta tiranía que tanto ha deshonrado a la humanidad; pero aun conocieron menos al dinero, aquel adorado tirano de los hombres. Todos sus contratos y ventas consistían, como en tiempo de la guerra de Troya, en cambios y permutas: cebada por ovejas, quesos por miel, higos por pieles. No hablaban ni de oro ni de plata ni de joyas ni de los demás bienes de convención dependientes del capricho o del deslumbramiento del juicio, sino de las lluvias a tiempo, de las sementeras óptimas, de los pastos abundantes, de las crías dichosas. El sueño tranquilo, la dulce paz, la fecundidad de las mujeres, la fuerza de sus brazos, la bendición del cielo derramada sobre sus ganados y rediles, sus graneros, sus trajes; todos éstos eran unos bienes necesarios, sencillos e inocentes, que no puede desacreditar nuestra vanidad.

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